Por: Augusto César Saltos

 

Y no hubo más que ver todos sus hijos, de quienes tanto esperaba en el futuro, le resultaran desobedientes y poco y nada afectos al estudio. Tampoco demostraron interés alguno para dedicarse a aprender algún oficio, ocupación que puedan ganar algo para la vida. Una, dos, tres y más veces advirtió el padre a sus siete hijos: “No desobedecer su mandato”, haciéndoles presente los peligros que entrañaba tal acto. Unas veces con lágrimas a los ojos; otras montado en iras, al extremo de desconocerse en sus represiones; otras, por fin, contándoles pasajes ocurridos a niños que nunca supieron escuchar cuanto decían sus padres. Sin embargo, nada pudo conseguir. En veces quería atribuir a malos amigos de la calle o de la escuela, pero sus hijos estuvieron en escuelas religiosas y ahí  no podían haber malos amigos. Los niños que concurren a dichas escuelas tienen que por la razón o la fuerza ser santos, ya que lo hay a quienes imitar: sus profesores. Malos amigos de la calle? Pero cómo si saliendo de la escuela, rectito y sin demorar en ninguna parte iban a casa? Su mala suerte quizá; pues, veía que los de su vecino y amigo eran todo lo contrario; no obstante que se3 educaban en escuelas laicas.

-No quiero que vayan por ahí. En esas reuniones se habla malas palabras; se habla contra nuestra santa Religión y contra sus santos ministros. Ustedes son hijos de buenos padres que frecuentan la misa, que confiesan y comulgan, que pagan Diezmos y Primicias a la Iglesia. Por lo mismo tienen que en la calle ser elocuente manifestación de proceder de un hogar santo y bueno. .. ¡Nó, nó y nó¡ gritó enfurecido, dando fuertes golpes con la mano sobre la mesa.

Sus consejos, sus palabras eran como prédica en desierto: se las llevaba el viento. No querían oír. Uno, dos, tres días no iban a donde les tenía prohibido no vayan. Uno, dos, tres días les hacían convencer estaban por el buen camino. De continuar por el mismo, habría alcanzado al fin propuesto: sean el reflejo de la virtud y compostura de los padres, única aspiración para contento de ellos. Pero, el momento menos dado volverían a lo mismo: a desobedecerle. Estaba que, pensando, dando y cavando, día a día iba despechándose de la vida. Iba adelgazándose porque ya no comía ni dormía, y no tenía gusto para nada. Había resuelto morir consumiéndose de pena y del dolor que le causaban sus hijos. Al fin: ante tanta indiferencia y desamor de parte de ellos, padre y madre resolvieron también mirar con indiferencia todo cuanto hagan en lo posterior, quizá esta medida haga comprender, no les faltaba razón, lo mal que estaban procediendo. Dejaban que vayan a donde solían frecuentar; dejaban que vayan por ríos, quebradas, por donde les convenga y a la hora que ellos quieram; sólo no dejaban de contar que “el Diablo andaba de arriba para abajo buscando una paila para bañarse. No le agradaba hacerlo en el río por temor que se le lleve la corriente. Así, en una paila llenaría agua y se bañaría a gusto y contento”. Ellos se reían del cuento en tanto él y su mujer, poniéndose muy serios, demostraban marcado disgusto por la forma como recibían algo que contaba para que tengan miedo: encontrarlo al Diablo en alguna quebrada tomando un baño.

Un día, no bien hubo amanecido, con los libros bajo el brazo y sin siquiera tomar el desayuno que manifestaban no desear, salieron diciendo: “Vamos a la escuela”. Ellos nada observaron. Quedaron únicamente esperando retornen a la hora que salga la escuela. Vendrían al almuerzo, No regresaron ni al almuerzo ni a la merienda. No sabían qué sería de ellos ni a dónde habrían ido. Buscaron día y noche por todas partes puesto que no llegaron ni a dormir. Entonces, sabedora la escuela lo que estaba sucediendo, tomó cartas en la búsqueda, ya que sus padres dijeron no encontrarlos ni en las calles, ni en las plazas, ni en ninguna otra parte. Profesores y alumnos salieron a buscarlos. Eran sus discípulos, eran sus compañeros y no podían ver con indiferencia. Fueron por los ríos, por el campo. En ninguna parte daban razón de haberlos visto. Estaban perdidos para siempre. Uno, dos días buscaron. No asomaban. Estaban perdidos definitivamente. Sus padres, sus familiares, sus profesores, sus compañeros llorando y dándoles por desaparecido, retornaban a la ciudad para continuar llorando por ellos; pero, he ahí que, al pasar por la quebrada que tiene Guaranda en la parte sur de la ciudad escucharon un murmullo de voces infantiles, de tono metálico, profundas, que decían: “El Diablo nos ha cogido para convertirnos en paila de siete orejas, donde suele bañarse a toda hora”.

La queréis conocer a la quebrada? Id y encontraréis que en la parte hueca y más o menos profunda donde cae con estrépito el líquido, estando formada por sólida cangahua, en la que si arrojáis una piedra contra sus paredes, escucharéis en el acto uno como sonido metálico.

 

Tradiciones y Leyendas, Núcleo de Bolívar, 1986.

Portada :https://samborondon.olx.com.ec/paila-de-bronce-iid-1050125153

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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