Según cuentan los antepasados, en San Antonio de Aláquez, parroquia rural del Cantón de Latacunga, existió un gran túnel que atravesaba una montaña rodeada de un bosque de eucaliptos. Este túnel se extendía desde el barrio Colaya, hasta el parque central de la parroquia.
La gente de pueblo contaba que a todos les encantaba ingresar al túnel para saber qué podrían encontrar en su interior. Los niños, sin embargo, eran los más curiosos e interesados. Cuando alguien entraba, se quedaba en la mitad sin llegar al final del túnel, pues la oscuridad y la estrechez del pasadizo le espantaba y le hacía salir aterrorizado de manera inmediata.
Cierto día un hombre decidió entrar, porque escuchó decir a varios pobladores que, al final del recorrido escalofriante de la galería, encontraría mazorcas de oro. Mientras más lejos estaba de la entrada, menos eran las posibilidades de caminar y tuvo que atravesar medio camino de rodillas. El espacio era reducido y cada vez se encogía más. Su respiración se dificultaba y su miedo se intensificaba. Nunca salió.
El túnel sigue allí, pero los árboles y despeñaderos se han encargado de cubrirlo casi por completo.
Portadas: Gabriela Estefannia Amores Liger