Recopilación: Dorys Rueda
EL ESCRITOR
 
Buenos Aires, 1963. 

Poeta, narrador, dramaturgo y docente nacido en Dolores, trabajó como maestro durante diecisiete años en diferentes comunidades rurales; actualmente reside en San Martín de los Andes. Participó de la revista La Grieta de San Martín de los Andes desde sus inicios. Para la compañía de títeres La Pelela, realizó una adaptación de El Quijote de la Mancha estrenada en 2005. Ahora trabaja con la misma compañía la puesta de Vairoleto. Coordinó el taller de escritura ¡Dijo el Otro!

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LA RUINA DE RAFA URRETABISKAYA

Por Gabriela Urruti

Dos cosas suceden, básicamente, en “La ruina”, la última novela de Rafael Urretabizkaya. Una, que nada puede ser catalogado de una vez con un solo rótulo a medida que va transcurriendo el relato. Otra, que la escritura no es más que la forma que encontró el autor de fijar la oralidad.  Por eso, comenzar a leer “La Ruina” es meterse en un universo que desde la cultura ancestral de los mapuches patagónicos interpela a la cultura actual. Pero, además, esta interpelación –profunda- no se hace desde la solemnidad sino desde un profundo sentido del humor que no es sátira ni burla sino intensa comprensión.

La historia que relata Urretabizkaya –poeta, maestro y payaso, como señala el prologuista- tiene que ver con una comunidad originaria de la Cordillera y un relato ancestral que la atraviesa: un tesoro fue escondido en las cercanías por los antiguos, en su huída del malón huinca. El tesoro, además, está pegado a un sueño que explica un presente: el que llevó a los antiguos a entregarse al huinca sin pelear.

Y asi están las cosas en el presente: sumergidos en un presente que aplasta –con el delegado, la capataza, el político, el patrón- a la espera que el tesoro salga a la luz para poder cambiar las cosas. Que, como se aclara, no tiene que ser una cuestión de dinero: “si fuera cuestión de guita sería una causa perdida”.

Los encargados de buscar el tesoro son dos jóvenes: un hijo de la comunidad y un amigo pueblero emprenden el viaje heroico que los llevará a encontrar “el sueño”. El viaje a la ciudad, a los estudios frustrados, a la vida de los otros, a la separación, la marginación y el peligro de que los sueños se apaguen en el medio de una realidad que no cambia desde siglos. Cuando la expectativa parece agotada, resurge la posibilidad de “demostrar que no nos fuimos a la ciudad para cambiar de raza”.

“La ruina”, pese a que trabaja desde una clara identificación con los protagonistas, elude el discurso dicotómico de mucha literatura bienintencionada -porque en literatura, las buenas intenciones llevan derechito al infierno- y el camino por el que Urretabizkaya lo evita es, sin dudas, el sentido del humor.

Un sentido del humor que transfigura, da vuelta las cosas como una media e ilumina a lo que parece bajo una luz diferente, que lo muestra en su otro modo de ser. Los que están en la ruina –todo el libro han estado en la ruina del plan y la dádiva gubernamental, la abulia y desilusión - pasan a estar en la ruina, pero desde otro lugar, un lugar esperanzador y positivo.  Un lugar de burlador burlado que promete una salida en la que el sueño de entregarse ante el malón huinca tendrá otro sentido y el tesoro resplandecerá en su semi clandestinidad.

 
En la ruina hay un tesoro
Lo encuentra el que lo quiere encontrar
 

Empezar a hablar de La Ruina no es una tarea sencilla: no es fácil trasmitir la complejidad de la sencillez, como si quisiéramos ponerle palabras a una melodía o a una sensación en la piel. Sabemos que es una novela juvenil que publica Educo y que algo inexplicable pasa cuando se atraviesan las primeras líneas que escribió en ella Rafael Urretabizkaya -en adelante “Rafa”-; son pocos los libros que te obligan a vivir estando vivas o vivos sus autores, así que celebramos la contemporaneidad de este escritor y lo interpelamos suavemente.

 Por Soledad Arrieta

El Rafa es docente y escriba; tiene algo así como cinco décadas y seis hijas e hijos, a razón de uno cada ocho años, pero se llevan menos y nadie procrea desde la niñez. La misma cantidad de partos con los que ha colaborado equivale a los libros que publicó, aunque también hizo algunas cositas más, y acaba de nacer el séptimo. Libro, por las dudas.

-¿Qué es Quetal Quetal? ¿Cuál es el tesoro?

-Un lugar donde puede haber un tesoro y todo lo contrario. Más parecería que todo lo contrario, pero la posibilidad del tesoro le da cuerda a lo mejor de cada uno de los protagonistas de esta historia. Quetal Quetal es un lugar de presente fulero y futuro con sueños y por eso poderoso, y pareciera que por esto mismo es también un lugar donde quedarse a vivir.

-Los diálogos son muy naturales, se escuchan esas voces al leer. Esto tiene que ver no solo con el lenguaje empleado, sino también con la confluencia de formas de hablar diversas, que dan origen, precisamente, a la frecuente cultura de esta zona. Pareciera que fueran diálogos transcriptos, queda claro que hubo mucha observación/escucha previa. ¿Cómo fue ese proceso?

-Es algo de escuchar. Creo que Walsh es  quien dice que la literatura es “un comentario de la vida”. A mí que soy un escritor bastante rústico me va muy cómoda esa respuesta. Bastante natural. Viví muchos años en Quetal Quetal, diecisiete. De todas maneras “la ruina” no está piloteada por la nostalgia, es una historia que talvez todavía no pasó pero eso es pura casualidad.

-¿Cómo es la coexistencia especular de las culturas mapuce y wigka en la novela, teniendo en cuenta los prejuicios comunes –que también se reflejan en el texto-?

-Pasa que el lazo que une a los protagonistas/amigos no es étnico; es la amistad, la esperanza, el amor y también es de clase. La clase de gente que quiere lo mejor para otros y para ellos, en ese orden. Que es una cantidad de gente mayoría absoluta.

-En la novela se observan con claridad los roles burocráticos y la política del abuso digna de los modelos bonapartistas y paternalistas. Sin embargo, hay una necesidad concreta de organización por una lucha clasista, ¿cómo se manifiesta la esperanza a lo largo del texto?

-La esperanza los hace andar. Pero el motor, la fuerza que ayuda a levantar la mirada, que inventa soluciones, que los hermana; es la fuerza de la amistad. Ésta no es una historia sobre el pueblo mapuce, es una historia sobre la amistad y sucede de a ratos en una comunidad mapuce, de a ratos en la ciudad y de a ratos en el camino. Se trata de contar con el otro, andar fuerte aún en la precariedad porque hay un amigo que te avisa todo el tiempo que no estás solo y que por esto es muy probable que vayas a ganar.

-Otro de los prototipos que aparece muy bien caracterizado es el de obrero/a, pero también el de la patronal y el de la relación entre estos dos opuestos. En varias oportunidades, aparecen terceras miradas que toman un posicionamiento acerca de esa realidad: esto, en general, es esperable en personajes que pudieran pertenecer a una clase media-acomodada, pero no es el caso y, en definitiva, también es fiel a lo que suele suceder en la no-ficción. ¿Qué es lo que querés mostrar con esta exposición de la identificación de una clase con otra a la que, posiblemente, aspira una persona/personaje?

-Este patrón que les toca a los muchachos ignora lo que hay en juego cuando se cuelga la botella en el dintel porque se terminó el techo. Ahí debe salir un asado que en realidad es otras cosas. El obrero es el dueño de atar o no bien el hierro, de meter o no tres de arena y una de cal, de los sabañones en la oreja y las manos tajeadas por la cal y el día de ese asado es un campeón porque el techo está puesto, está firme. El patrón cree que esto se agradece comiendo en los tablones o pagando y se equivoca. Además cae medio en pedo y anda con el cínico suelto. Así le va.

Después están los de Calabacillas, donde se enfrío el trabajo en la juguera sin que se enfríen las frutas. Ahí avanzó la soja sobre los frutales y los trabajadores se quedaron desorientados entre bidones de glifosato. Pero hay que tener paciencia, en “La Ruina” hay sanmartines para todos los chanchos.

 

-Un capítulo está dedicado al silencio, a un silencio que parece estar siempre presente, en el tiempo, y que también es de alguna manera el hilo conductor de la cosmovisión mapuce. ¿Qué significado tiene dentro de los sucesos de la novela?

-El silencio nunca es incómodo en Quetal Quetal. Estar callado no significa como en otras partes no tener respuestas. Silencio significa silencio, rumiar las palabras, mandarlas para adentro, con las otras. Silencio de tener comentarios que no son respuestas. De tener respuestas que no cambian nada. Silencio para atesorar el orgullo, un cerquito a la dignidad, silencio, sabe y no contesta, sabe que lo que sabe también lo saben todos, silencio entonces que dice que el otro está hablando de más, silencio que señala con el dedo al delegado y le dice charlatán, silencio que les dice al delegado y a la capataza y al político y a Adolfito y al destungado y a Enrica y a los otros de la cuadrilla que no cuadra que todos van a tener que tener de este silencio, llegado el caso; si es que son capaces, si se aguantan, si resisten cuando les llegue el momento de la atropellada del tiempo, o si en cambio se rinden y permiten que les baje una palabra,  cualquier palabra que sea cual fuera de todas las palabras del mundo lo único que podrán significar, será un pedido de clemencia.

-En determinando momento del texto, se plantea un interrogante explícitamente filosófico: “¿se puede volver a donde no se pertenece?” Y a raíz de esto parecen abrirse otras preguntas, como qué es pertenecer, si se pertenece a algo realmente y, en ese caso, a qué. ¿Cuál es tu postura frente a esto?

-Yo creo que la amistad, la infancia, el amor; son patrias. Uno es de donde está situado y a veces estos territorios no son físicos. Son espirituales o temporales.

Igual por aquí y por muchos lados se mete “la voz extraña”. Esa que realmente no estoy piloteando con claridad cuando escribo. A mí esto no me preocupa, cuando anda escribiendo la “voz extraña” (que es la que se enfrenta a la voz del oficio, la voz domesticada) le largo piolín lo más que puedo. Que diga lo que quiera.

-Desde las primeras páginas del material aparece la idea de justicia por mano propia, ¿cómo definirías en ese marco la justicia?

-Otros me hicieron la misma observación. Es algo que apareció y por algo será. Estará en mi o en estos personajes. Y de última serán cosas de “la voz extraña”.

-Dentro de la ficción, y particularmente dentro de esta ficción, ¿es posible hacer un paralelismo entre lo ilusorio y lo real?

-Lo real es ilusorio también, siempre. La realidad puede a veces ser jodida pero nunca puede ser para siempre. Algo real es también por su misma condición algo que va a cambiar, que un día va a ser otra cosa. No hay realidad que aguante demasiado, que yo sepa.

-¿Qué es La Ruina? ¿Qué lleva la novela y a dónde lo lleva? ¿Para qué? ¿A quién(es)?

-Es como un punto final y por esto un principio. Es lo que termina y en la misma moneda la oportunidad de empezar de nuevo. A varios de los males domésticos de nuestra sociedad, la amistad le pone los puntos. Y cambian la realidad.

Aquí esos que se hacen los buenos porque ayudan a una viejita a cruzar la calle por la esquina, quedan en evidencia, son señalados con el dedo y se tienen que volver a su casa haciendo pucheros.

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Portadas:
http://www.lacapitalmdp.com/las-8-preguntas-para-rafael-urretabizkaya/

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
  • mailelmundodelareflexion@gmail.com
  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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