Recopilación: Dorys Rueda
 

Iván Repila, escritor español  (Bilbao, 1978), ha incursionado en la publicidad y en el diseño gráfico. Ha publicado dos novelas: Una comedia canalla El niño que robó el caballo de Atila. 

EL NIÑO QUE ROBÓ EL CABALLO DE ATILA,
DE IVÁN REPILA

 Por:  Agustín Calvo Galán

Ahora que la infancia o niñez se ve cada día más acortada –justo lo contrario de lo que ocurre con la juventud, que se ha alargado a capricho de la estética y del vaciamiento de la madurez– por una preadolescencia más previsible e indolente, volver a la infancia, a la verdadera patria del hombre, como la definió Rilke, resulta una labor que aporta interés y emoción, pues continúa actuando como un símbolo poderoso de conciencia y esencialidad.

Tras "Una comedia canalla",  Iván Repila sorprende y se reafirma con voz propia en la narrativa actual con este El niño que robó el caballo de Atila en el que demuestra una gran maestría al construir una historia atractiva e intensa con muy pocos elementos. El inicio es muy sencillo: un pozo y dos hermanos que se encuentran dentro –no sabemos por qué o cómo han caído ahí– pocas referencias más, tan solo un mundo exterior que incluye un bosque, lobos y una madre. Y el desarrollo de la historia nos va dando claves fundamentales sobre la personalidad de los dos hermanos, los dos niños protagonistas absolutos, que sirven al autor para construir o refundar dos arquetipos humanos fundamentales, por un lado tenemos el hermano mayor (llamado el Grande en el libro) que es pragmático y posibilista y, por otro, el hermano menor (llamado el Pequeño) que es el soñador, el creativo, el idealista. Así, podríamos decir que la novela se adentra en el ámbito de lo alegórico, y todos los elementos que van apareciendo, desde el comportamiento de los hermanos protagonistas, el pozo, el exterior lejano, etc., forman, en su conjunto, un espacio de gran fuerza simbólica en el que podríamos identificar los elementos de un mundo nuevo que lucha por surgir, inserido en un mundo antiguo que hace todo lo posible para que no surja.

Muchos son los aspectos simbólicos y arquetípicos que se podrían destacar, muchas las contraposiciones atemporales y universales que se van entrelazando, desde el amor/odio fraternal, a la dolencia/indolencia o a las de locura/esperanza o afasia/comprensión. Y uno de los temas que, a mi modo de ver, más turbador resulta es el de la maduración de los protagonistas, traducida no tanto en su comportamiento como en unos diálogos con frases tan sabias, tan llenas de una naturalidad meditada, que se diría que los niños no son tales, aparentemente, pues no tienen ni una pizca de la idiotización en la que la sociedad consumista ahoga a sus hijos. Lo que nos lleva a pensar que la economía argumental tiene su contrapeso en un estilo reflexivo y denso, creando una inquietante y atractiva mezcla de extrañeza y cercanía. Al fin, toda la amarga dulzura que nos produce esta historia, todo el estrépito paciente que guarda, toda la sensibilidad brutal que destila el libro se podría resumir en una de las frases que dice el hermano pequeño: “La vida es maravillosa, pero vivir es insoportable”.

Por último, siempre en la tensión de hacer posible una historia que podría caer fácilmente en lo inverosímil, como ocurre en la mayoría de los cuentos infantiles, Iván Repila no sólo consigue mantener el interés durante toda el desarrollo de la novela, sin perder en ningún instante la intensidad de unas circunstancias claustrofóbicas, sino que además alcanza momentos de auténtica sorpresa, de vuelco argumental, siempre gracias a esos poquísimos elementos con los que va construyendo y haciendo avanzar toda la narración.

En definitiva, una novela enérgica, llena de metáforas y símbolos en torno a la cooperación, el esfuerzo por sobrevivir, la brutalidad del mundo y la solidaridad, que tanto nos recuerdan, más allá de las circunstancias actuales, a situaciones universales.

 Portada del libro: El niño que robó el caballo de Atila
Libros del Silencio (Barcelona, 2013)

 

 DIÁLOGO CON IVÁN REPILA

 Por: Jordi Corominas i Julián

Iván es un escritor que, a diferencia de muchos otros, sorprende porque sus dos novelas, ambas editadas por Libros del Silencio, no se parecen en nada. Una comedia canalla es un delirante viaje entre marihuana, pistolas, americanos justicieros, bandas, taxistas y niños demasiado inteligentes en el crimen. El registro humorístico de su debut vira y desaparece con El niño que robó el caballo de Atila, donde las astracanadas con sentido desaparecen y la prosa adquiere un tono íntimo acorde con la trama, reforzada por una estructura minimalista, austera desde ese pozo en el que dos hermanos luchan por salir a la superficie.

Entre Una comedia canalla y El niño que robó el caballo de Atila el cambio de registro el cambio estilístico y temático es radical. ¿Es querido?

Sí es querido, pero no lo busqué para que El niño que robó el caballo de Atila se distinguiera de Una comedia canalla. Todas las personas tenemos momentos serios y cachondos. Hay circunstancias que generan registros. En la vida nos ponemos máscaras en función del contexto, y eso se traduce también a la hora de escribir. En un momento concreto nos sentimos más animados para un determinado estilo o para contar una determinada historia. En el momento de Una comedia canalla pensé algo para animar a las tropas, para reír, y con ese espíritu escribí mi primera novela. Con El niño que robó el caballo de Atila quizá llegué a un momento más serio, melancólico e introspectivo, de analizar mis problemas personales, miedos y carencias, lo que me llevó a componer un libro totalmente diferente.

Y mucho más intimista.

Sí, pero creo que todos somos capaces de tener muchas caras distintas.

Tenemos mil yoes. Cuando leí Una comedia canalla pensé en una herencia cinematográfica de nuestra generación que va desde Tarantino hasta Guy Ritchie pasando por Trainspotting. Un escritor debe tener está multiplicidad de registros y beber de muchas fuentes.

Y no sólo un escritor. La literatura permite que exista Una comedia canalla, que sí, es muy cinematográfico: la descripción es escasa, la construcción de personajes es breve y sobre todo hay una circunstancia de acciones y acontecimientos que van superponiéndose uno detrás de otro y crean una velocidad. Esto es una herencia muy cinematográfica y también de una literatura de humor. Al mismo tiempo la literatura te permite inventar un libro donde la acción brilla por su ausencia y los personajes están desgranándose en lo subjetivo todo el tiempo a través de lo que ocurre, casi siempre, en sus cabezas, como sucede En niño que robó el caballo de Atila.

En Una comedia canalla puedo detectar influencias, pero en El niño que robó el caballo de Atila son más difíciles de detectar.

¿Tú crees?

Yo creo que sí. ¿Qué modelo tomaste?

Sería incapaz de mencionar un modelo. Puedo entender que otros busquen influencias. Algunos la han relacionado con Agota Kristoff, sobre todo con El gran cuaderno por lo de los dos hermanos y los capítulos breves. No soy bueno poniendo referencias.

Ningún escritor es bueno poniendo referencias. Existe la coincidencia de un cierto aire con Intemperie de Jesús Carrasco.

Pero eso ha sido sin querer, y los dos libros una vez terminados no tienen nada que ver.

Y además es imposible que ambos os influenciarais  porque los libros salieron al mismo tiempo y no os conocéis personalmente, pero las épocas producen estas coincidencias en el arte.

En todo caso sería una coincidencia formal, de una austeridad que coincide en circunstancias concretas y produce una conexión. La exuberancia del lenguaje de Carrasco y la ejecución técnica de Intemperie son cuestiones que en nada tienen que ver con El niño que robó el caballo de Atila.

A nivel técnico la estructura de El niño que robó el caballo de Atila es fundamental, y marca de manera clave el tempo narrativo. Supongo que cuidaste bastante este aspecto.

Sí, me llevó meses de trabajo, porque al ser un libro breve tuve que ser muy meticuloso en encajar sentidos y extensiones. Lo trabajé mucho con Gonzalo Canedo y Marc García. Queríamos que el libro sonara muy afinado.

Y con la brevedad puedes generar más lirismo.

Sí, y es una poética buscada. Al empezar a escribirlo sabía que necesitaría una carga poética muy fuerte, con un uso potente de metáforas e imágenes, que bien usadas generan enlaces mentales con el lector. Mientras escribía quería que el texto contara una historia y generara historias paralelas, por lo que consideraba importante conseguir chispazos de imaginación a partir de imágenes con una potente carga simbólica. De este modo el lector en su cabeza crea imágenes propias que despiertan en él paralelismos.

Y eso exige concreción, porque de otro modo esa potencia desaparece.

En Una comedia canalla las imágenes eran más del habla popular, el texto no solicitaba poesía, pero En el niño que robó el caballo de Atila la necesitaba.

Y en Una comedia canalla se produce un encaje generacional, hay locura imposible que en algunos matices podría producirse en la realidad.

Todos los de nuestra generación hemos pensado en poder hacer determinadas cosas que ocurren en la novela. Tiene verosimilitud inverosímil. Los acontecimientos narrados son pura exageración, pero en una noche puede pasar cualquier cosa.

Y en este sentido las exageraciones ahondan en algo, lo he comentado en algunas charlas con Manuel Vilas y Laura Fernández, que escasea en la literatura española reciente: el humor.

Creo que eso sucede porque un defecto español es que estamos retrasados en lo de reírnos de nosotros mismos. Una vez pierdes la vergüenza y aprendes a reírte de ti mismo puedes aprender a desarrollar un humor más universal, que por ejemplo los británicos consiguen sin problemas. Lo de tomarnos demasiado en serio es una problemática social española.

Que se agrava si hablamos de lo literario.

Es mucho peor. No sé los motivos, pero el escritor español se toma demasiado en serio, como si estuviera tres metros por encima de los demás, y eso es un problema para hacer reír.

Y en Una comedia canalla ese paradigma se rompe.

Claro.

Además el escritor es irrelevante a nivel social, no tiene sentido tomarse en serio. Nadie reconoce a Marsé o, por poner un ejemplo más mainstream, a María Dueñas.

Es verdad. Yo creo que nuestra generación está perdiendo la suficiencia de antaño. La escritura es un tema muy serio, pero otra cosa es la capacidad de tomarse en serio a uno mismo.

Y nuestra generación tiene que mostrar una normalidad del escritor.

Seguramente. Nosotros hablamos mucho por Twiter y existe esa normalidad, no hay ningún tipo de divismo, ni importa la editorial donde publiques.

Todos nos comportamos como si estuviéramos en la calle.

Sacas a colación el tema de las editoriales independientes.

Que en muchos aspectos han cambiado algún que otro paradigma en la literatura española.

¿Cómo llegaste a Libros del Silencio?

A las bravas. No tenía ningún contacto en el mundo editorial: ni enchufes ni padrinos. Vivía en Madrid, trabajaba diez horas diarias y al terminar Una comedia canalla imprimí el manuscrito y seleccioné cuarenta editoriales. Imprimí los manuscritos de cinco en cinco, mandé la primera tanda un jueves y poco después Gonzalo Canedo me llamó. Me dijo que se reía mucho con la novela y mostró su interés por publicarla. Al cabo de un par de días confirmó la oferta y así surgió. ¿Ves? Todavía existe la posibilidad de publicar sin padrinos en España.

No creo que haya necesidad de un padrino.

En los comentarios anónimos de determinados blogs es una creencia arraigada.

Pero muchos de estos comentarios en blogs muestran una ignorancia bastante profunda en muchos temas.

Pero muchas veces cuando el río suena agua lleva. Mucha gente se habrá dado mil y un cabezazos con las editoriales.

Sí, pero en muchos casos es una cuestión de cómo gestionas tus recursos y analizas tus posibilidades.

Sí. A ver, ahora al tener publicadas dos novelas conozco a más personas en el mundo editorial y tengo más posibilidades de encontrar acomodo para mi tercer libro. Mis circunstancias han cambiado en ese sentido. Quizá ahora me resulta más sencillo que llegue a unas manos que considere interesantes.

Con Libros del Silencio se produce una relación clásica entre escritor y editor, parece que existe una fidelidad mutua y un trabajo tradicional del editor, que aconseja al escritor y mejora el manuscrito.

Con Gonzalo Canedo tuvimos desde el principio un feeling muy fuerte. Hasta su muerte hablábamos todas las semanas. Desarrollamos una relación de amistad. Gonzalo se convirtió primero en mi editor y luego en mi amigo. No sólo hablábamos de libros. Siempre estuvo muy atento y  me sugería mejoras que en ocasiones aceptaba y otras veces rechacé, siempre desde la premisa que el autor es el que manda.

Hay mucho tipo de editor, algunos tienen este esmero y otros son directores de marketing, pero la que cuentas es una relación casi de otro tiempo.

Inmejorable. Ni en mis mejores sueños. No sé si en el futuro cómo será, pero mi editor para siempre, aunque ya no esté entre nosotros, será Gonzalo Canedo.

Volvamos a tus dos novelas. ¿Cuál de ellas determina el rumbo de tu carrera?

No creo que sean dos rumbos distintos.

Hay la coherencia de la diversidad.

Mi tercera novela no se va a parecer a ninguna de las dos anteriores. Luego ya veremos. La literatura te lleva por caminos imprevistos.

El crítico suele analizar la carrera de un escritor y busca similitudes en los textos en una trayectoria. Una crítica fácil es, sobre todo en escritores consagrados, que cada libro es una pequeña variación del otro.

Pero precisamente yo no soy un escritor consagrado.

Sí, pero también en la obra de escritores jóvenes se dan coincidencias entre libros, es parte de una evolución literaria. Sin embargo, en tu caso concreto hay censuras brutales en el uso del lenguaje y hasta en el estilo.

Algunos en mi caso han hablado de doble debut. Hay que pensar las razones de tanta diferencia, e insisto en que no es algo buscado. Con El niño que robó el caballo de Atila  fui encontrándome el texto por el camino. Estaba en un momento de mi vida donde necesitaba escribir de ese modo y contar la historia de esa manera.

En Una comedia canalla necesitabas animar a las tropas, pero en El niño que robó el caballo de Atila te encuentras con un tono más crítico, sobre todo en ese final, que se puede interpretar como una revuelta contra lo que está pasando ahora mismo.

Mi tesis es clara: cualquier revolución pasa por una revolución interior. Un sector de los lectores ha visto más reminiscencias de conato social. En cambio otros la han encontrado más existencialista y la contemplan desde una óptica de revolución interior.

Algunos la han comparado con Beckett.

Sí, lo han comentado por el teatro del absurdo. También han hablado de Albert Camus, que sí está presente en el texto. Pero el hecho de que toda revolución pasa por una revolución interior es clave.

Eso define mucho mejor más las cosas.

Hablemos de cosas que pasan hoy en día. El 15M ha triunfado hasta cierto punto, tuvo su chispazo de fuerza pero los bancos y los gobiernos hacen lo que hacen. Estamos igual o peor que hace dos años. Las redes sociales permiten que nos comuniquemos y nos enteremos de las cosas. Hay una manifestación a esta hora, venga, vamos. Las verdaderas revoluciones sociales de la Historia se han producido porque antes existió una revolución interior en las personas. Ahora se reúnen las condiciones para que eso suceda, pero no ha pasado con el 15M. Parece que las personas ahora se suscriben a unas revoluciones cómodas. Vas tres horas a una manifestación y luego te vas de copas. Son revoluciones superficiales que no suman nada. Con El niño que robó el caballo de Atila quería decir que si queremos cambios en el mundo hace falta que primero nos revolucionemos nosotros porque así podremos dar el siguiente paso.

Estoy muy de acuerdo con lo que dices. Además la gente piensa que una revolución es como un suspiro que cambia el estado de cosas. Las revoluciones son procesos que duran años, y en El niño que robó el caballo de Atila…

Se ve el proceso.

Sí, pero está el capítulo donde el hermano pequeño balbucea porque pierde el viejo lenguaje para adquirir el nuevo, eso es la culminación de un proceso.

Y lo has pillado estupendamente. Esa era la idea del capítulo que mencionas.

Para poder transmitir una paz exterior tienes que conseguir tu paz interior.

O todo lo contrario.

Una coherencia o una lucidez, porque para protestar tienes que tener una lucidez, que en El niño que robó el caballo de Atila exhibe el hermano pequeño.

A partir de esa lucidez toma determinadas decisiones que llevan al final del libro. Cuando cambias puedes empezar a cambiar el mundo que te rodea, no como en las revoluciones de pacotilla de nuestro tiempo, revoluciones de tres horas.

Fichar en la revolución.

Como colegas que iban a Sol a ver a las chicas porque las revolucionarias eran muy guapas.

Se usa con demasiada facilidad la palabra revolución.

Ahora es una marca. Suma revoluciones interiores y llegaremos a la otra, y sucede sin querer.

Es el tópico actual del cabreo colectivo, que no llega.

Y se piensa porque antes pasó. No estamos en un momento de calma, padecemos zozobra espiritual.

Lo interesante es plantear cuestiones como estas, éticas y políticas, sin necesidad de ser explícito como en novelas actuales que usan la crisis y la mencionan de manera literal.

Con nombres y apellidos de personajes reales. Eso circunscribe tanto el hecho literario que hace que la transmisión de determinadas ideas pierda fuerza. Si podemos elevar la apuesta y logramos que la metáfora levante chispazos de imaginación llegaremos más lejos.

La toma de conciencia. En las dos novelas sí que encuentras varias tomas de conciencia.

Hay gente que dice que Una comedia canalla no es literatura. Estoy en desacuerdo, y además suelta hachazos que son de reír para no llorar.

Menos que cero de Easton Ellis también mostraba la decadencia, muy a la americana, desde la juventud.

Usó y abusó de eso.

Los contextos no son comparables, pero las novelas de jóvenes que van hacia el abismo pueden enfocar la cuestión desde mil maneras distintas.

La literatura es libertad, podemos hacer lo que queremos, y siempre he creído que vivimos en el mejor de los mundos posibles, que hace veinte años estaba peor, vamos ganando pese a momentos de retroceso. Al vivir en el mejor mundo posible la libertad creativa es alucinante.

La literatura no debe encorsetarse como puede ocurrir en mucha poesía, que no cambia desde hace siglos. La literatura es un campo de juego brutal.

Y de batalla. Puede gustarte más lo que hace Fernández Mallo, Jordi Corominas o Valente. También puede no gustarte, para gustos los colores. La literatura es conmoción, es el impacto emocional que te provoca.

La literatura debe despertarte estas emociones y sensaciones. Antes hablábamos del 15M y decíamos que en algunos momentos ha sido más una revolución de pasarela. En la literatura reciente en algunos casos la fachada también se ha impuesto. ¿Crees que volveremos a una ética y una honestidad lógicas?

Sí, pero es que la literatura tiene que ser honesta siempre, y sólo la honesta tiene importancia, perdura y mueve y remueve la conciencia del lector. La otra es mero entretenimiento. Toda forma de arte tiene que tener ese principio, lo más peligroso para un autor es engañarse a sí mismo.

Tomado de Revista de Letras
http://www.revistadeletras.net/

   IVÁN REPILA

Por:  Koldo Gutiérrez

Sus dos primeras novelas, publicadas con apenas un año de diferencia, no podrían ser más distintas. Una comedia canalla es una gamberrada muy divertida que recuerda a las primeras películas de Guy Ritchie, pero con toque cañí. El niño que robó el caballo de Atila es un descenso a los abismos —y nunca mejor dicho— del ser humano, con dos hermanos tratando de escapar de un pozo. La historia está narrada con un tono crudo y onírico a partes iguales que atrapa desde el principio. El escritor bilbaíno, tras su paso por Madrid y Valencia, parece que al fin sabe lo que quiere contar. Y también cómo hacerlo.

Normalmente, un autor novel suele repetir género o estilo en su segunda obra, pero en tu caso, son dos novelas muy diferentes. ¿Por qué así?

Es cierto que ambos libros no tienen nada que ver, algunos me han dicho que ha sido como un “doble debut” y que parece que lo único en común es el nombre del autor. Las personas somos distintas, con momentos más serios y otros más superficiales. Dependiendo de la situación y la persona con la que nos encontremos, nos comportamos de manera diferente. Esto provoca que seamos eclécticos y flexibles, de ahí que a mí se me ocurran cosas muy distintas para contar, tanto en el subtexto como en el tono.

Una Comedia Canalla está escrito con un lenguaje más gamberro y ágil, con tono ácido, divertido y humor negro; en cambio, El niño que robó el caballo de Atila, todo lo contrario. Pero como puedes comprobar, yo soy de las dos maneras. En la segunda novela me puse más serio, pero quizá en futuras obras, si las hay, el estilo también cambie.

¿Las historias te surgieron en ese orden, o tenías ya alguna de ellas en el cajón desde hace tiempo?

Suelo tener ideas en el cajón y depende del momento de mi vida o las ganas que tenga de contar una cosa u otra, me decanto por alguna. Una Comedia Canalla la tenía desde hacía hace años, y de hecho su dedicatoria es “para algunos grandes amigos, para que lean al menos un libro”, que es muy honesta. Cuando era más joven y andaba por bares, solía estar ahí leyendo libros y mis amigos, que son un poco macarrillas, me decían “¿pero qué estás haciendo?”. Y yo les decía que leer, pero ellos soltaban “¿para qué?”, así que les amenazaba con que algún día escribiría un libro gamberro para que lo leyeran ellos, que no habían leído un libro en su vida desde el colegio y dejaran de mirarme raro. Así que ese germen estaba ahí desde hace muchos años y el de esta historia vino hace tres.

¿Por qué Una Comedia Canalla, pese a transcurrir en España, tiene nombres extranjeros?

Es una mirada salvaje a España, de reír por no llorar. En realidad son motes, porque casi todos los que aparecen están inspirados en motes de colegas míos, de esa época que te he descrito antes, cuando todos éramos bebedores y fumetas. Entonces vivíamos juntos varios amigos y venía gente a nuestra casa cuyo nombre nunca supe, porque siempre nos referíamos a ellos por sus motes. No éramos delincuentes, pero conocíamos a gente que vivía un poco más en el límite. Hace años, un amigo y yo nos encontramos en un bar preguntándonos “¿qué fue de…?” varios nombres estrambóticos durante diez minutos.

El clímax es apoteósico, ¿te costó mucho atar cabos para que encajaran todas las piezas a la vez, o lo tenías ya pensado desde el principio?

Tenía claro el horizonte hacia el que debía ir, pero no sabía cómo. Fue complicado, porque como tiene un ritmo in crescendo, quería que acabara como con una gran traca final. Sé que a nivel literario eso queda artificioso, pero era lo que pedía el libro para terminar con una gran salvajada. Cuando me quedaban unas cien páginas, mi mujer se marchó un mes de vacaciones y me dejó con mi perro Pinter (en honor al famoso dramaturgo, Harold Pinter) en Madrid, terminando la novela. Cuando volvió, nos encontró con mi escritorio lleno de post-its con todas las historias, para intentar enlazar los personajes. Incluso, como la escena transcurre en un campo de fútbol, había dibujado un mapa para situar a todos allí y poder orientarme. Tuve que hacer un esquema visual para poder ubicarme y que el lector no se pierda, pese al caos reinante.

¿Cómo fue la documentación para los 132 sinónimos de “porro” que cita un personaje?

Tiré mucho de memoria, pregunté a amigos profesionales, navegué por internet, etc. Es un fragmento que fui rellenando a lo largo de los años. Estoy satisfecho, aunque en las presentaciones del libro siempre hay algún listo que me dice “se te olvidó meter ‘trusky’, que es como lo llamamos en mi cuadrilla”. Ya me ha pasado ocho veces.

¿Cómo te dio por escribir ya el guión de la posible película?

Al de dos o tres meses de su publicación, contactó conmigo por twitter Max Lemcke, un director de cine al que no conocía. Su última película es Cinco metros cuadrados, con Fernando Tejero. Me dijo que se había descojonado con mi libro y que había pensado en hacer un guión para que ése fuera su siguiente filme, un cambio de registro respecto al anterior. Me propuso escribirlo juntos, aunque yo no había hecho jamás un guión de cine. Nos reunimos varias veces y hablamos mucho. Tiene unas 150 páginas y ahora Max está moviéndolo por las productoras, pero es complicado.

El niño que robó el caballo de Atila parece un mal sueño, una oscura pesadilla. ¿Es deliberado ese tono onírico?

Es lo que pretendía, pero me dio muchos quebraderos de cabeza. Utilicé ese lenguaje para reforzar y explicitar un mundo más amplio y que los lectores no se quedaran sólo con la interpretación superficial de los niños atrapados.

Por otro lado, su lenguaje también es muy crudo y descarnado. ¿Es difícil aunar ambos estilos, uno más abstracto y otro más concreto?

Trato de hacerlo lo mejor que sé, pero no es fácil. Hablo de los procesos físicos que sufren los hermanos, pero también de los mentales, donde ejerce más fuerza el lenguaje poético. Por un lado está la impresión de la realidad y por otro, la expresión de lo subjetivo. Son dos piezas que se pueden aunar para darle más fuerza al texto. Hubo muchas revisiones y reescrituras, y bastante trabajo con la editorial, con el corrector de estilo y con mi propio editor. Queríamos afinar y mantener el equilibrio para que no fuera una ida de olla a nivel poético, ni tampoco insoportablemente crudo.

¿Qué importancia tienen los sueños para ti?

Me dan mucho que pensar, porque tengo facilidad para recordarlos. Cuando el sueño es significativo o me causa algún tipo de inquietud, suelo apuntarlo en la libreta de la mesilla. Así que tengo muchas páginas escritas con sueños, principalmente pesadillas. Luego los analizo, aunque no sea psicólogo. A veces, saco ideas que luego desarrollo, preguntándome sobre todo por qué he soñado eso para luego intentar escribir algo sobre ello. En este caso soñé con dos personas atrapadas en un pozo y dándole vueltas después desarrollé la historia, hice que fueran hermanos, etc.

Usas metáforas constantemente, con gran facilidad para elegir las más certeras y gráficas. ¿Cuesta mucho dar con la más apropiada o es algo que te sale de manera inconsciente?

Quería que no fuera una simple fotografía de los hechos, para activar la imaginación del lector provocando procesos en su mente mediante asociación de ideas y referencias que pueden enlazar con sucesos del día a día. Siempre he leído mucha poesía y tengo una editorial muy pequeñita e independiente junto a dos socias llamada Masmédula. Sólo publicamos poesía y además tengo muchos amigos poetas, así que supongo que eso ha influido en mi manera de escribir, para que me salgan de manera más natural.

“Cuando un sueño es significativo o me causa algún tipo de inquietud, suelo apuntarlo en la libreta de la mesilla”

La historia se puede interpretar como un alegato a la insurrección, en estos tiempos oscuros. ¿Era esa tu intención, o prefieres que cada lector saque su propia conclusión?

La novela tiene varias lecturas, se puede entender de muchas maneras. De una superficial, la historia que cuenta, pero admite dos interpretaciones más existencialistas, aplicadas al “yo” y relacionadas con Camus. Una sería la persona atrapada en unas circunstancias vitales concretas y la presencia de Dios en algunos momentos. Otra está más relacionada con la crisis que estamos viviendo y las ganas de salir de este infierno en el que estamos metidos seguramente no por nuestra culpa.
Escribo para plantearme preguntas, todos tenemos dudas, existen pocas certezas. No pienso tanto en los niveles de interpretación que pueda tener, sino en los que yo le doy. Al haber lectores distintos con mentes diferentes, el libro se expande en otras direcciones. Todas las interpretaciones me parecen válidas.

El libro comienza con una famosa cita de Margaret Thatcher1. ¿Ahora que ha muerto, crees que ella habría captado o aceptado el mensaje del libro?

Creo que jamás habría leído un libro como éste. Yo no la he vivido, pero su influencia llega hasta hoy día. Esa cita suya me parecía la más significativa, porque se aleja tanto de lo que yo entiendo por un mundo habitable y decente…

Cuando leí la novela, en el último capítulo sonó casualmente en mi Spotify The Ectasy of Gold, de Ennio Morricone, y aumentó la tensión del momento considerablemente. ¿Se te ocurre alguna otra canción conocida que encaje en esa emotiva escena?

No, pero en una presentación mi amigo músico James Room dijo que si tuviera que poner banda sonora al libro, utilizaría alguna canción de 16 Horsepower. Su música es muy oscura, atmosférica y áspera, como podría ser el libro.
Para la otra novela servirían muchas canciones distintas. Gogol Bordello es un grupo ruso-americano muy peculiar que encajaría muy bien, sobre todo su tema Start Wearing Purple.

Quizá para la película…

¡Sí, sería genial conseguir los derechos! Me encantaría que Gogol hicieran un cameo también.

¿Estás trabajando ya en tu siguiente libro?

Estoy escribiendo borradores y tengo varias ideas, pero nada tangible. Estoy un poco más enfocado ya en una idea ambiciosa. He publicado dos libros en poco más de un año, así que no tengo prisa. Además el mundo editorial es un misterio en estos tiempos, pero seguiré escribiendo.

Títulos
Los títulos que propuse a la editorial no gustaron a nadie, ni a la editorial, ni a mi familia, ni amigos. Los títulos actuales son sugerencia de mi muy inteligente editor, desgraciadamente ya fallecido. Cuando me los propuso, me encantaron.
Originalmente, el primero se titulaba La Gatoparda, una historia de emprendedores, pero la gente no sabría con qué se iba a encontrar. El otro quería que fuera Laia-Laia, que era el estribillo de una nana en latín que cantaba un personaje, pero decidimos que era demasiado compleja y no se ajustaba a la idea del libro. Así que modificamos la nana y ya no tenía sentido el título, así que lo cambiamos.

Tomado de la Revista Cactus
http://revistacactus.com/

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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