EL MANGO ROTADOR

 

 

Tengo un dolor extraño en el codo, baja por el entristecido antebrazo, se recrea en la pequeña mano y cubre los entumecidos dedos. Acudí al traumatólogo y el diagnóstico fue múltiple: el manguito rotador está muy débil, yo pensé que lo llamaba con cariño porque en mi caso debe ser pequeño, pero no es así, se llama manguito en todos los seres humanos, el túnel carpiano, que es como su nombre lo indica un túnel por dónde pasan nervios y tendones, situado en el muñeca de la mano,  está obstruido por eso me duele tanto, el codo de tenista, otra inflamación de tendón, para su información, puede pasarle aun cuando nunca haya tenido en sus manos una raqueta de tenis, como es mi caso. Tantos males solo tienen un genérico, afectación de la columna.

El médico me preguntó muy inquieto a qué me dedicaba y le dije a la docencia. ¿Será que mis cincuenta años en esta profesión provocaron todos estos desajustes?

Al típico desgaste de los años se ha sumado el stress (que antes no sabíamos que existía), la tensión diaria y un sinfín de etcéteras que solo los médicos encuentran en tu diario trajín, dejé a un lado las dolencias y empecé por ese recorrido de medio siglo en una profesión para la que no me preparé porque yo me hice docente en el camino, en el día a día y le tomé tal cariño a este enseñar y aprender que le dediqué la vida entera con sus años, meses, días y horas extras.

Estudié en una universidad extranjera, en aquel tiempo se hablaba de tres, las más prestigiosas en el mundo, yo tuve la dicha de estar en una de ellas, aquella que decía que en sus filas nunca se graduó un hispanoamericano. Esto sucedía hace cuarenta años, en la actualidad muchos latinos se gradúan, el internacionalismo forma parte de los planes académicos, las barreras para salir del país son pocas y los centros de educación superior ofrecen enormes facilidades, El título de PH, inalcanzable en otros tiempos, perdió esta cualidad en mi país, cuando en un momento de innovación y poca reflexión, se exigió que los maestros de las universidades fueran PH, los interesados se apresuraron en buscar el título y las universidades en ofrecerlo, algunas fuera del país, ya no fueron tan selectivas. Como todas las cosas en esta vida funcionó la oferta y la demanda.

 Mi objetivo era estudiar periodismo, pero finalmente decidí por lenguas romances, todos ponderaban lo difícil de ciertas asignaturas y yo debía apostarle a no quedarme en ninguna porque estudiaba con una beca, estaba en juego el patrimonio familiar y mi juventud.

Fueron cinco años de aprendizajes forzados, angustias del posible fracaso, austeridad silenciosa, parodiando al Quijote: sopas con más agua que condumio, de vez en cuando una juerga acompañada de lamentos por perder el tiempo en lugar de estudiar, tareas interminables, cumplir las tres C de todo buen estudiante, cabeza, codos y el tercero queda para que usted buen lector la deduzca. En mi diaria rutina de casa, universidad, biblioteca, pasaba por una iglesia cuya patrona era la santa de los imposibles, Rita, a ella me encomendaba con humilde impotencia pues me parecía poco probable igualar a mis compañeros que me llevaban por lo menos dos años de preuniversitario. La Santita y yo hicimos el milagro, me gradúe, contraviniendo el estigma que hasta entonces existía contra los estudiantes extranjeros.

Confieso que cuando terminé mis estudios y volví al país, todos me felicitaban, pero nadie sabía que mismo era lo que había estudiado y a mi famoso título de lingüística con especialidad en lenguas romances le bajaron a la categoría de profesora de lengua y literatura, adiós a los idiomas aprendidos, al árabe que ahora sólo sé que alguna vez lo estudié y que sería tan útil en estos tiempos.

En aquellos días me urgía la necesidad de trabajar para así dejar de ser una carga para la familia, que se había sacrificado por mí, y que también esperaba de mi ayuda, así que acepté el cambio en mi título, a mi criterio degradado y el primer empleo.  

Fue en el colegio en donde me eduqué, las monjitas estaban felices de ver a una de sus exalumnas que se había graduado en una universidad extranjera, me recibieron con tanto cariño, que, si no me voy a tiempo, me hacen superiora.

El título me abrió las puertas de la docencia en varios niveles, universidades y colegios de diverso estrato, de lo que aprendí solo enseñé farmacología en la universidad a inquietos muchachos que querían ser médicos, italiano alguna vez como materia extracurricular, lo demás se perdió en el olvido, en su lugar reforcé el arte de la literatura. Como se dice en el argot popular, para las habilidades lingüísticas mi entendedera está siempre abierta.

En este largo caminar disfruté de lo que hacía, aprendí, cumplí mis sueños de juventud, me enamoré, me desenamoré, traicioné me traicionaron, el tiempo, la juventud y las mal dadas disposiciones ministeriales, (a mi criterio siempre han sido desatinadas) me permitieron cumplir con horarios exhaustivos, ser libre en mis propuestas y métodos de acercarme a los estudiantes con más cariño que sabiduría y gozar con ellos de la poesía y del amor.

Mirando lo que pudo haber sido y no fue y pretendiendo contradecir la máxima de que el tiempo transcurre y no vuelve, reconstruyo hechos que viven solapadamente en todos los entornos, así la sociedad ecuatoriana aún guarda en su vieja retentiva la división de clases y la continuidad de apellidos sonoros y desgastadas estirpes, los niños de la clase bien no se unen con los de la media, menos aún con los que están más abajo, el dinero consigue una aparente democracia, pero late en la memoria la consideración al menos mestizo, Y, al igual que hay barrios para la nobleza pudiente y también para los que viven de viejas glorias, hay colegios donde se congrega lo mejor y más rancio de esta sociedad clasista.

Hay valientes que se atreven a desafiar este designio infernal a costa del sufrimiento de los hijos que deberán luchar a brazo partido para encontrar su sitio y no afectar su identidad.

El dinero de pocos y la pobreza de muchos hace que los niños desarrollen distintas habilidades, recuerdo que mis estudiantes, los que tenían todos los libros y todos los materiales desarrollaban la escucha menos que los del colegio multitudinario en donde teníamos un solo texto y un solo lector, yo.

Cuando entraba al aula y anunciaba: hoy leeremos a Machado, ya con anterioridad el tema había sido anunciado y la estudiante designada tenía a mano, en aquel entonces, el cassette con esos versos que nos hacían vibrar: “mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura un limonero, mi juventud en tierras de Castilla y algunas cosas que recordar no quiero” y para no descontinuar seguíamos con Serrat y sus mejores canciones.

Agitar los sentimientos de los adolescentes es fácil si se cuenta con las lecturas adecuadas, con los versos precisos, el maestro debe ser el primer motivado, el que se recrea con la unión de sustantivos y adjetivos, el que explica una metáfora o y vive la ternura de una dislocada antítesis.  El cansancio y el hambre desaparecían cuando cantábamos con el alma la famosa Penélope, situación que aprovechaba para hablar el tema de la fidelidad en la Literatura y cuando llegábamos a aquellos versos de Penélope sentada esperando a su amado y no se sabe si enloqueció y olvido su cara y su piel y al volver a verle proclamó: tú no eres quien yo espero, mi voz, y la de mis inolvidables adolescentes se quebrantaba ante tal desilusión.

Qué etapas tan bonitas, merecen este dolorcillo del manguito rotador, recuerdo que el concurso del libro leído, que era casi obligatorio, lo cambiamos por: la película mejor contada, escogimos una muy comentada entonces, en los cines de la ciudad, “la vida de Edith Piaff”, en francés la película se llamaba Le Mom. Y allá nos lanzamos, yo apenas recordaba el francés, pero mis estudiantes memorizaron algunas canciones entre ellas “La vida en rosa”, improvisaron un organillo, buscaron detalles para representar escenas de la vida de Edith y montaron la representación con tal maestría, porque para ellas no había obstáculos.

Todo el colegio quería asistir e hicimos varias presentaciones porque en el auditorio apenas cabían cincuenta; el escenario de estos sucesos era mi colegio fiscal, aquel que albergaba a la clase empobrecida aunque no miserable, estas jóvenes aún soñaban con un futuro mejor, con cargos públicos que a largo de los años adormecen, empleo seguro que alivia la economía pero en el que se deja la vida, días amarillos y grises, triste monotonía, en la que no encuentras los bienes del alma como dice Platón.

Cambiar tu sociedad y el mundo con estos incipientes elementos es titánico, dejar que el tiempo pase y vivir las etapas de niñez, juventud, madurez y senectud es el objetivo, sin mayores contratiempos, acomodados, irreflexivos, porque es mejor no pensar.

 Ahora diría que ayudé a las alumnas de aquel tiempo a desarrollar la “mentalidad internacional”, la curiosidad, “la mente abierta”. Cualidades maravillosas del perfil de Bachillerato Internacional que nos empeñamos en que lo cumplan los estudiantes, sin que sea obligatorio en algunos maestros que siguen practicando sus viejas miserias de racismo, falta de empatía y desamor. Repetimos que la educación es la salvación de los pueblos, y así es, siempre que no venga cargada de más estigmas para el que menos tiene.

Creo que ellas y yo aprendimos que los romances tan esperados no siempre tienen el añorado final feliz. Que aquellos de telenovela son de muy corta duración y para rematar lo dicho acudíamos a “la vida es dura, amarga y pesa, ya no hay princesa a quién cantar”.

Como mis estudiantes eran tan felices con las lecturas que les proponía, las organicé por temas, con los respectivos comentarios y ejercicios, un librito del gusto de las adolescentes, poco nos duró esta forma divertida de aprender, una orden superior eliminó las iniciativas e impuso un listado de temas y autores que no coincidían con el gusto juvenil.

Escribir planificaciones, informes, registros y cientos de documentos para ejercer la docencia, acabó con la imaginación y la creatividad, la lectura se convirtió en el manjar de los dioses, inalcanzable.  Y ya se sabe, “el pueblo que no lee, cree todo lo que le dicen”.

Hay otros programas que rescatan lo bueno de la enseñanza, pero no son para todos. El pueblo es el pedestal de los más afortunados, y para los de abajo aún no se observa que la educación sea un progreso.

La pandemia fue la espada de Damocles en los barrios pobres, los niños sin internet, teléfonos, tablets y computadores retrasaron o abandonaron su formación, tres años de abismal diferencia entre los letrados e iletrados, excluidos de la educación y el trabajo, prometeos que no lograrán escapar de su destino de vidas breves y violentas.

No puedo negar mi dicha al contemplar a los alumnos de antaño que se destacan en la vida pública, a algunas escritoras que triunfan en el difícil arte de las letras, a médicos, diplomáticos, profesores. Otros empequeñecieron mi corazón cuando me contaron su incansable búsqueda de trabajo, que desatino, la carrera que escogieron ni colma sus anhelos, ni garantizan su dignidad material.

Y ahora sí sé dónde, cómo y cuándo se agravaron mis males, esto es evidente, pero las molestias ceden a las inolvidables memorias.

 

Quito, 8 de noviembre de 2022

 

Nancy Carillo

Es licenciada en Lingüística Hispánica (Universidad Complutense de Madrid), Doctora en Administración Educativa (Pontificia Universidad Católica del Ecuador), Doctora en Estudios de la cultura con especialidad en Literatura Hispanoamericana (Universidad Andina Simón Bolívar) y ha cursado estudios de Comunicación en el Instituto ILCE, México.

Por muchos años fue coordinadora IB del Programa del Diploma en los colegios: Letort y Academia Victoria. 

Es autora de libros de Lenguaje y Comunicación.

 

 
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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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