LA DOBLE Y ÚNICA MUJER

Pablo Palacio
(Loja, 25 de enero de 1906 - Guayaquil 7 de enero de 1947)

(Ha sido preciso que me adapte a una serie de expresiones difíciles que sólo puedo emplear yo, en mi caso particular. Son necesarias para explicar mis actitudes intelectuales y mis conformaciones naturales, que se presentan de manera extraordinaria, excepcionalmente, al revés de lo que sucede en la mayoría de los "animales que ríen").

Mi espalda, mi atrás, es, si nadie se opone, mi pecho de ella. Mi vientre está contrapuesto a mi vientre de ella. Tengo dos cabezas, cuatro brazos, cuatro senos, cuatro piernas, y me han dicho que mis columnas vertebrales, dos hasta la altura de los omóplatos, se unen allí para seguir –robustecida– hasta la región coxígea.

Yo-primera soy menor que yo-segunda.

– (Aquí me permito, insistiendo en la aclaración hecha previamente, pedir perdón por todas las incorrecciones que cometeré. Incorrecciones que elevo a la consideración de los gramáticos con el objeto de que se sirvan modificar, para los posibles casos en que pueda repetirse el fenómeno, la muletilla de los pronombres personales, la conjugación de los verbos, los adjetivos posesivos y demostrativos, etc., todo en su parte pertinente. Creo que no está demás, asimismo, hacer extensiva esta petición a los moralistas, en el sentido de que se molesten alargando un poquito su moral; que me cubran y que me perdonen por el cúmulo de conveniencias atadas naturalmente a ciertos procedimientos que traen consigo las posiciones características que ocupo entre los seres únicos).

Digo esto porque yo-segunda soy evidentemente más débil, de cara y cuerpo más delgados, por ciertas manifestaciones que no declararé por delicadeza, inherentes al sexo, reveladoras de la afirmación que acabo de hacer; y porque yo-primera voy para adelante, arrastrando a mi atrás, hábil en seguirme, y que me coloca, aunque inversamente, en una situación algo así como la de ciertas comunidades religiosas que se pasean por los corredores de sus conventos, después de las comidas, en dos filas, y dándose siempre las caras –siendo como soy, dos y una.

Debo explicar el origen de esta dirección que me colocó en adelante a la cabeza de yo - ella: fue la única divergencia entre mis opiniones que ahora, y sólo ahora, creo que me autoriza para hablar de mí como de nosotras, porque fue el momento aislado en que cada una, cuando estuvo apta para andar, quiso tomar por su lado. Ella –adviértase bien: la que hoy es yo-segunda– quería ir, por atavismo sin duda, como todos van, mirando hacia donde van; yo quería hacer lo mismo, ver a dónde iba, de lo que se suscitó un enérgico perneo, que tenía sólidas bases puesto que estábamos en la posición de los cuadrúpedos, y hasta nos ayudábamos con los brazos de manera que, casi sentadas como estábamos, con aquéllos al centro, ofrecimos un conjunto octópodo con dos voluntades y en equilibrio unos instantes debido a la tensión de fuerzas contrarias. Acabé por vencerla, levantándome fuertemente y arrastrándola, produciéndose entre nosotras, desde mi triunfo, una superioridad inequívoca de mi parte primera sobre mi segunda y formándose la unidad de que he hablado.

Pero no; es preciso sentar una modificación en mis conceptos, que, ahora caigo en ello, se han desarrollado así por liviandad en el razonamiento. Indudablemente, la explicación que he pensado dar a posteriores hechos, puede aplicarse también a lo referido; lo que aclarará perfectamente mi empecinamiento en designarme siempre de la manera en que vengo haciéndolo: yo, y que desbaratará completamente la clasificación de los teratólogos, que han nominado a casos semejantes como monstruos dobles, y que se empecinan, a su vez, en hablar de éstos como si en cada caso fueran dos seres distintos, en plural, ellos. Los teratólogos sólo han atendido a la parte visible que origina una separación orgánica, aunque en verdad los puntos de contacto son infinitos; y no sólo de contacto, puesto que existen órganos indivisibles que sirven a la vez para la vida de la comunidad aparentemente establecida. Acaso la hipótesis de la doble personalidad, que me obligó antes a hablar de nosotras, tenga en este caso un valor parcial debido a que era ése el momento inicial en que iba a definirse el cuerpo directivo de esta vida visiblemente doble y complicada; pero en el fondo no lo tiene. Casi sólo le doy un interés expresivo, de palabras, que establece un contraste comprensible para los espíritus extraños, y que en vez de ir como prueba de que en un momento dado pudo existir en mí un doble aspecto volitivo, viene directamente a comprobar que existe dentro de este cuerpo doble un solo motor intelectual que da por resultado una perfecta unicidad en sus actitudes intelectuales.

En efecto: en el momento en que estaba apta para andar, y que fue precedido por los chispazos cerebrales "andar", idea nacida en mis dos cabezas, simultáneamente, aunque algo confusa por el desconocimiento práctico del hecho y que tendía sólo a la imitación de un fenómeno percibido en los demás, surgió en mi primer cerebro el mandato "Ir adelante"; "Ir adelante" se perfiló claro también en mi segundo cerebro y las partes correspondientes de mi cuerpo obedecieron a la sugestión cerebral que tentaba un desprendimiento, una separación de miembros. Este intento fue anulado por la superioridad física de yo - primera sobre yo - segunda y originó el aspecto analizado. He aquí la verdadera razón que apoya mi unicidad. Si los mandatos cerebrales hubieran sido; "Ir adelante" e "Ir atrás", entonces sí no existiría duda alguna acerca de mi dualidad, de la diferencia absoluta entre los procesos formativos de la idea de movimiento; pero esa igualdad anotada me coloca en el justo término de apreciación. Cuanto a la particularidad de que hayan existido en mí dos partes constitutivas que obedecieron a dos órganos independientes, no le doy sino el valor circunstancial que tiene, puesto que he desdeñado ya el criterio superficial que, de acuerdo con otros casos, me da una constitución plural. Desde ese momento yo-primera, como superior, ordeno los actos, que son cumplidos sin réplica por yo - segunda. En el momento de una determinación o de un pensamiento, éstos surgen a la vez en mis dos cerebros; por ejemplo "Voy a pasear", y yo-primera soy quien dirige el paseo y recojo con prioridad todas las sensaciones presentadas ante mí, sensaciones que comunico inmediatamente a yo-segunda. Igual sucede con las sensaciones recibidas por esta otra parte de mi ser. De manera que, al revés de lo que considero que sucede con los demás hombres, siempre tengo yo una comprensión, una recepción doble de los objetos. Les veo, casi a la vez, por los lados –cuando estoy en movimiento– y con respecto a lo inmóvil, me es fácil darme cuenta perfecta de su inmovilidad con sólo apresurar el paso de manera que yo-se¬gunda contemple casi al mismo tiempo el objeto inmóvil. Si se trata de un paisaje, lo miro, sin moverme, de uno y otro lado, obteniendo así la más completa recepción de él, en todos sus aspectos. Yo no sé lo que sería de mí de estar constituida como la mayoría de los hombres; creo que me volvería loca, porque cuando cierro los ojos de yo-segunda o los de yo-primera, tengo la sensación de que la parte del paisaje que no veo se mueve, salta, se viene contra mi y espero que al abrir los ojos lo encontraré totalmente cambiado. Además, la visión lateral me anonada: será como ver la vida por un huequito. Ya he dicho que mis pensamientos generales y voliciones aparecen simultáneamente en mis dos partes; cuando se trata de actos, de ejecución de mandatos, mi cerebro segundo calla, deja de estar en actividad, esperando la determinación del primero, de manera que se encuentra en condiciones idénticas a las de la garrafa vacía que hemos de llenar de agua o al papel blanco donde hemos de escribir. Pero en ciertos casos, especialmente cuando se trata de recuerdos, mis cerebros ejercen funciones independientes, la mayor parte alternativas, y que siempre están determinadas, para la intensidad de aquéllos, por la prioridad en la recepción de las imágenes. En ocasiones estoy meditando acerca de tal o cual punto y llega un momento en que me urge un recuerdo, que seguramente, un rincón obscuro en nuestras evocaciones es lo que más martiriza nuestra vida intelectiva, y, sin haber evocado mi desequilibrio, sólo por mi detenimiento vacilante en la asociación de ideas que sigo, mi boca posterior contesta en alta voz, iluminando la obscuridad repentina. Si se ha tratado de un sujeto borroso, por ejemplo, a quien he visto alguna vez, mi boca de ella contesa, más o menos: "¡Ah el señor Miller, aquel alemán con quien me encontré en casa de los Sánchez y que explicaba con entusiasmo el paralelogramo de las fuerzas aplicado a los choques de vehículos".

Lo que ha hecho afirmar a mis espectadores que existe en mi la dualidad que he refutado, ha sido principalmente, la propiedad que tengo de poder mantener conversación ya sea por uno u otro lado. Les ha engañado eso de lado. Si alguno se dirige a mi parte posterior, le contesto siempre con mi parte posterior, por educación y comodidad; lo mismo sucede con la otra. Y mientras la parte aparente¬mente pasiva trabaja igual que la activa, con el pensamiento. Cuando se dirigen a la vez a mis dos lados, casi nunca hablo por estos a la vez también, aunque me es posible debido a mi doble recepción; me cuido mucho de probables vacilaciones y no podría desarrollar dos pensamientos hondos, simultáneamente. La posibilidad a que me refiero sólo tiene que ver con los casos en que se trate de sensaciones y recuerdos, en los que experimento una especie de separación de mí misma, comparable con la de aquellos hombres que pueden conversar y escribir a la vez cosas distintas. Todo esto no quiere decir, pues, que yo sea dos. Las emociones, las sensaciones, los esfuerzos intelectivos de yo-segunda son los de yo-primera; lo mismo inversamente. Hay entre mí –primera vez que he escrito bien entre mí– un centro a donde afluyen y de donde refluyen todo el cúmulo de fenómenos espirituales, o materiales desconocidos, o anímicos, o como se quiera.

Verdaderamente, no sé cómo explicar la existencia de este centro, su posición en mi organismo y, en general, todo lo relacionado con mi psicología o metafísica, aunque esta palabra creo ha sido suprimida completamente, por ahora, del lenguaje filosófico. Esta dificultad, que de seguro no será allanada por nadie, sé que me va a traer el calificativo de desequilibrada porque a pesar de la distancia domina todavía la ingenua filosofía cartesiana, que pretende que para escuchar la verdad basta poner atención a las ideas claras que cada uno tiene dentro de sí, según más o menos lo explica cierto caballero francés; pero como me importa poco la opinión errada de los demás, tengo que decir lo que comprendo y lo que no comprendo de mí misma.

Ahora es necesario que apresure un poco esta narración, yendo a los hechos y dejando el especular para más tarde.

Unos pocos detalles acerca de mis padres, que fueron individuos ricos y por consiguiente nobles, bastará para aclarar el misterio de mi origen: mi madre era muy dada a lecturas perniciosas y generalmente novelescas; parece ser que después de mi concepción, su marido y mi padre viajo por motivos de salud. En el ínterin, un su amigo, médico, entabló estrechas relaciones con mi madre, claro que de honrada amistad, y como la pobrecilla estaba tan sola y aburrida, éste su amigo tenía que distraerla y la distraía con unos cuentos extraños que parece que impresionaron la maternidad de mi madre. A los cuentos añádase el examen de unas cuantas estampas que el médico le llevaba; de esas peligrosas estampas que dibujan algunos señores en estos últimos tiempos, dislocadas, absurdas, y que mientras ellos creen que dan la sensación de movimiento, sólo sirven para impresionar a las sencillas señoras que creen que existen en realidad mujeres como las dibujadas, con todo su desequilibrio de músculos, estrabismos de ojos y más locuras. No son raros los casos en que los hijos pagan esas inclinaciones de los padres: una señora amiga mía fue madre de un gato. Ventajosamente, procuraré que mis relaciones no sean leídas por señoras que puedan estar en peligro de impresionarse y así estaré segura de no ser nunca causa de una repetición humana de mi caso. Pues, sucedió con mi madre, que, en cierto modo ayudada por aquel señor médico, llegó a creer tanto en la existencia de individuos extraños que poco a poco llegó a figurarse un fenómeno del que soy retrato, con el que se entretenía a veces, mirándolo, y se horrorizaba las más. En esos momentos gritaba y se le ponían los pelos de punta. (Todo esto se lo he oído después a ella misma en unos enormes interrogatorios que le hicieron el médico, el comisario y el obispo, quien naturalmente necesitaba conocer los antecedentes del suceso para poder darle la absolución.) Nací más o menos dentro del período normal, aunque no aseguro que fueran normales los sufrimientos por que tuvo que pasar mi pobre madre, no sólo durante el trance sino después, porque apenas me vieron, horrorizados, el médico y el ayudante, se lo contaron a mi padre, y éste, encolerizado, la insultó y le pegó, talvez con la misma justicia, más o menos, que la que asiste a algunos maridos que maltratan a sus mujeres porque le dieron la hija en vez de un varón como querían.

Madre me tenía una cierta compasión insultante para mí, que era tan hija suya como podía haberlo sido una tipa igual a todas, de esas que nacen para hacer pucheritos con la boca, zapatear y coquetear. Padre, cuando me encontraba sola, me daba de puntapiés y corría; yo era capaz de matarlo al ver que a mis llantos, era de los primeros en ir a mi lado; acariciándome uno de los brazos, me preguntaba, con su voz hipócrita: "Qué es lo que te ha pasado hijita". Yo me callaba, no sé bien por qué; pero una vez no pude ya soportarlo y le contesté, queriendo latiguearlo con mi rabia: "Tú me pateaste en este momento y corriste, hipócrita." Pero como mi padre era un hombre serio, y aparentaba delante de todos quererme, y le habían visto entrar sorprendido, y, por último, merecía más crédito que yo, todos me miraron, abriendo mu¬cho la boca y se vieron después las caras; un momento después, al retirarse, oí que mi padre dijo en voz baja: "Tendremos que mandar a esta pobre niña al Hospital; yo desconfío de que esté bien de la cabeza; el doctor me ha manifestado también sus dudas. Caramba, caramba, qué desgracia." Al oír esto, quedé absorta.

No me daba cuenta de lo que podía ser un Hospital; pero por el sentido de la frase comprendí que se trataba de algún lugar donde se recluiría a los locos. La idea de separarme de mis padres no era para mí nada dolorosa; la habría aceptado más bien con placer, ya que contaba con el odio del uno y la compasión de la otra, que tal vez no era lo menos. Pero como no conocía el Hospicio, no sabía qué era lo preferible; éste se me presentaba algunas veces como amenazador, cuando encontraba en mi casa alguna comodidad o algún cariño entre los criados, que hacían que tomara ese ambiente como mío; pero en otras, ante la cara contraída de mi madre o una mirada envenenada de mi padre, deseaba ardientemente salir de aquella casa que me era tan hostil. Habría prevalecido en mí este deseo de no haber sorprendido una tarde entre los criados una conversación en la que se me compadecía, diciéndome a cada momento pobrecita y en la que descubrí además algunos espantables procedimientos de los guardianes de aquella casa, agrandado, sin duda, extraordinariamente, por la imaginación encogida y servil de los que hablaban. Los criados siempre están listos a figurarse las cosas más inverosímiles e imposibles. Decían que a todos los locos les azotaban, les bañaban con agua helada, les colgaban de los dedos de los pies, por tres días, en el vacío; lo que acabó por sobrecogerme. Fui lo más pronto que pude donde mi padre, a quien encontré discutiendo en alta voz con su mujer, me puse a llorar delante de él, diciéndole que seguramente me había equivocado el otro día y que debía haber sido otro el que me había maltratado, que yo le amaba y respetaba mucho y que me perdonase. Si lo habría podido hacer, me hubiera arrodillado de buena gana para pedírselo, porque había alcanzado a observar que las súplicas, los lamentos y alguna que otra tontería, adquieren un carácter más grave y enternecedor en esa difícil posición; hombres y mujeres pudieran dar lo que se les pida, si se lo hace arrodillados, porque parece que esta actitud elevara a los concedentes a una altura igual a la de las santas imágenes en los altares, desde donde pueden derrochar favores sin mengua de su hacienda ni de su integridad. Al oírme, mí padre, no sé por qué me miró de una manera especial, entre furioso y amargado; se paró violentamente. Creo que vi humedecerse sus ojos. Al fin dijo, cogiéndose la cabeza: "Este demonio ya a acabar por matarme", y salió sin regresar a ver. Pensé que era ése el último momento de mi vida en aquella casa. Después de poco, oí un ruido extraordinario, seguido de movimiento de criados y algunos llantos. Me cogieron, y a pesar de mis pataleos me llevaron a mi dormitorio, donde me encerraron con llave, y no volví a ver a mi mas grande enemigo. Después de algún tiempo supe que se había suicidado, noticia que la recibí con gran alegría puesto que vino a comprobar una de las hipótesis dulces que contrapesaban y hacían balancear mi tranquilidad, en oposición a otras amargas anunciadoras de un cambio desgraciado en mi vida.

Cuando tuve 21 años me separé de mi madre que era entonces todavía mujer joven. Ella aparentó un gran dolor, que talvez habría tenido algo de verdadero, puesto que mi separación representaba una notabilísima disminución de la fortuna que ella usufructuaba.

Con lo que me tocó en herencia me he instalado muy bien, y como no soy pesimista, de no haberme ocurrido la mortal desgracia que conoceréis más tarde, no habría desesperado de encontrar un buen partido.

Mi instalación fue de la más difíciles. Necesito una cantidad enorme de muebles especiales. Pero de todo lo que tengo, lo que más me impresiona son las sillas, que tienen algo de inerte y de humano, anchas, sin respaldo porque soy respaldo de mí misma, y que deben servir por uno y otro lado. Me impresionan porque yo formo parte del objeto "silla"; cuando está vacía, cuando no estoy en ella, nadie que la vea puede formarse una idea perfecta del mueblecito aquél, ancho, alargado, con brazos opuestos, y que parece que le faltara algo. Ese algo soy yo que, al sentarme, lleno un vacío que la idea "silla" tal como está formada vulgarmente había motivado en "mi silla": el respaldo, que se lo he puesto yo y que no podía tenerlo antes porque precisamente, casi siempre, la condición esencial para que un mueble mío sea mueble en el cerebro de los demás, es que forme yo parte de ese objeto que me sirve y que no puede tener en ningún momento vida íntegra e independiente.

Casi lo mismo sucede con las mesas de trabajo. Mis mesas de trabajo dan media vuelta –no activamente, se entiende, sino pasivamente–; así que su línea máxima es casi una semicircunferencia, algo achatada en sus partes opuestas: quiero decir que tiene la forma de una bala, perfilada, cuyo extremo anterior es una semicircunferencia. Una sintetización de la mitad del Mar Adriático, hacia el golfo de Venecia, creo que sería también sumamente parecida a la forma exterior de las tablas de mis mesas. El centro está recortado y vacío, en la misma forma que la ya descrita, de manera que allí puedo entrar yo y mi silla, y tener mesa por ambos lados. Claro que podía obviar la dificultad de estas innovaciones con sólo tener dos mesas, entre las cuales me colocaría; pero ha sido un capricho, que tiende a establecer mi unidad exterior magníficamente, ya que nadie puede decir: "Trabaja en mesas", sino "en una mesa". Y la posibilidad de que yo trabaje por un solo lado me pone en desequilibrio: no podría dejar vacío el frente de mi otro lado. Esto sería la dureza de corazón de una madre que teniendo un pan lo diera entero a uno de sus dos hijos.

Mi tocador es doble: no tengo necesidad de decir más, pues su uso en esta forma, es claramente comprensible.

La diversidad de mis muebles es causa del gran dolor que siento al no poder ir de visita. Sólo tengo una amiga que por tenerme con ella algunas veces ha mandado a confeccionar una de mis sillas. Mas, prefiriendo estar sola, se me ve por allí rara vez. No puedo soportar continuamente la situación absurda en que debo colocarme, siempre en medio de los visitantes, para que la visita sea de yo entera. Los otros, para comprender la forma exacta de mi presencia en una reunión, de sentarme como todos, deberían asistir a una de perfil y pensar en la curiosidad molestosa de los contertulios.

Y este dolor es nada frente a otros. En especial mi amor a los niños acaba por hacerme llorar. Quisiera tener a alguno en mis brazos y hacerle reír con mis gracias. Pero ellos, apenas me acerco, gritan asustados y corren. Yo, defraudada, me quedo en ademán trágico. Creo que algunos novelistas han descrito este ademán en las escenas últimas de su libros, cuando el protagonista, solo, en la ribera (casi nunca se acuerdan del muelle), contempla la separación del barco que se lleva una persona amiga o de la familia; más patético resulta eso cuando quien se va es la novia.

En casa de mi amiga de la silla conocí a un caballero alto y bien formado. Me miraba con especial atención. Este caballero debía ser motivo de la más aguda de mi crisis.

Diré pronto que estaba enamorada de él. Y como antes ya he explicado, este amor no podía surgir aisladamente en uno sólo de mis yos. Por mi manifiesta unicidad apareció a la vez en mis lados. Todos los fenómenos previos al amor, que aquí ya estarían demás, fueron apareciendo en ellos idénticamente. La lucha que se entabló entre mí es con facilidad imaginable. El mismo deseo de verlo y hablar con él era sentido por ambas partes, y como esto no era posible, según las alternativas, la una tenía celos de la otra. No sentía solamente celos, sino también, de parte de mi yo favorecido, un estado manifiesto de insatisfacción. Mientras yo - primera hablaba con él, me aguijoneaba el deseo de yo - segunda, y como yo - primera no podía dejarlo, ese placer era un placer a medias con el remordimiento de no haber permitido que hablara con yo-segunda.

Las cosas no pasaron de eso porque no era posible que fueran a más. Mi amor con un hombre se presentaba de una manera especial. Pensaba yo en la posibilidad de algo más avanzado: un abrazo, un beso, y si era en lo primero venía enseguida a mi imaginación la manera cómo podía dar ese abrazo, con los brazos de yo - primera, mientras yo-segunda agitaría los suyos o los dejaría caer con un gesto inexpresable. Si era un beso, sentía anticipadamente la amargura de mi boca de ella.

Todos estos pensamientos, que eran de solidaridad, estaban acompañados por un odio invencible a mi segunda parte; pero el mismo odio era sentido por ésta contra mi primera. Era una confusión, una mezcla absurda, que me daba vueltas por el cerebro y me vaciaba los sesos.

Pero el punto máximo de mis pensamientos, a este respecto, era el más amargo... ¿Por qué no decirlo? Se me ocurrió que alguna vez podía llegar a la satisfacción de mi deseo. Esta sola enunciación da una idea clara de los razonamientos que me haría. ¿Quién yo debía satisfacer mi deseo, o mejor su parte de mi deseo? ¿En qué forma podía ocurrírseme su satisfacción? ¿En qué posición quedaría mi otra parte ardiente? ¿Qué haría esa parte, olvidada, congestionada por el mismo ataque de pasión, sentido con la misma intensidad, y con el vago estremecimiento de lo satisfecho en medio de lo enorme insatisfecho? Talvez se entablaría una lucha, como en los comienzos de mi lucha, como en los comienzos de mi vida. Y vencería yo-primera como más fuerte, pero al mismo tiempo me vencería a mí misma. Sería sólo un triunfo de prioridad, acompañado por aquella tortura.

Y no sólo debía meditar en eso, sino también en la probable actitud de él frente a mí, en mi lucha. Primero, ¿era posible para él sentir deseo de satisfacer mi deseo? Segundo, ¿esperaría que una de mis partes se brindase, o tendría determinada inclinación, que haría inútil la guerra de mis yos?

Yo - segunda tengo los ojos azules y la cara fina y blanca. Hay dulces sombras de pestañas.

Yo - primera tal vez soy menos bella. Las mismas facciones son endurecidas por el entrecejo y por la Boca imperiosa.

Pero de esto no podía deducir quién yo sería la preferida.

Mi amor era imposible, mucho más imposible que los casos novelados de un joven pobre y obscuro con una joven al vez había un pequeño resquicio, pero ¡era tan poco romántico! ¡Si se pudiera querer a dos!

En fin, que no volví a verlo. Pude dominarme haciendo un esfuerzo. Como él tampoco ha hecho por verme, he pensado después que todas mis inquietudes eran fantasías inútiles. Yo partía del hecho de que él me quisiera, y eso, en mis circunstancias parece un poco absurdo. Nadie puede quererme, porque me han obligado a cargar con éste mi fardo, mi sombra; me han obligado a cargarme mi duplicación.

No sé bien si debo rabiar por ella o si debo elogiarla. Al sentirme otra; al ver cosas que los hombres sin duda no pueden ver; al sufrir la influencia y el funcionamiento de un mecanismo complicado que no es posible que alguien conozca fuera de mí, creo que todo esto es admirable y que soy para los mediocres como un pequeño dios. Pero ciertas exigencias de la vida en común que irremediablemente tengo que llevar y ciertas pasiones muy humanas que la naturaleza, al organizarme así, debió lógicamente suprimir o modificar, han hecho que más continuamente piense en lo contrario.

Naturalmente, esta organización distinta, trayéndome usos distintos, me ha obligado a aislarme casi por completo. A fuerza de costumbre y de soportar esta contrariedad, no siento absolutamente el principio social. Olvidando todas mis inquietudes me he hecho una solitaria.

Hace más o menos un mes, he sentido una insistente comezón en mis labios de ella. Luego apareció una manchita blancuzca, en el mismo sitio, que más tarde se convirtió en violácea; se agrandó, irritándose y sangrando.

Ha venido el médico y me ha hablado de proliferación de células, de neoformaciones. En fin, algo vago, pero que yo comprendo. El pobre habrá querido no impresionarme. ¿Qué me importa eso a mí, con la vida que llevo?

Si no fuera por esos dolores insistentes que siento en mis labios... En mis labios... bueno, ¡pero no son mis labios! Mis labios están aquí, adelante; puedo hablar libremente con ellos... ¿Y cómo es que siento los dolores de esos otros labios? Esta dualidad y esta unicidad al fin van a matarme. Una de mis partes envenena al todo. Esa Haga que se abre como una rosa y cuya sangre es absorbida por mi otro vientre irá comiéndose todo mi organismo. Desde que nací he tenido algo especial; he llevado en mi sangre gérmenes nocivos.

...Seguramente debo tener una sola alma... ¿Pero si después de muerta, mi alma va a ser así como mi cuerpo...? ¡Cómo quisiera no morir!

¿Y este cuerpo inverosímil, estas dos cabezas, estas cuatro piernas, esta proliferación reventada de los labios?

 SOBRE LA DOBLE Y ÚNICA MUJER
DE PABLO PALACIO
Por: Paulina Rodríguez Ruiz
Magíster en Literatura Hispanoamericana y Ecuatoriana

A modo de introducción

Desde la primera vez, hace muchos años, que leí un texto de Pablo Palacio sentí un halo de extrañeza, incluso un tanto de dificultad y a la vez la belleza, como señala Fernando Trías, al referirse al planeamiento de Kant, el arte es independiente de la moralidad y el horror que pueda despertar; el arte bello muestra su excelencia en que describe como bellas cosas que en la naturaleza serían feas o desagradables. Esta vez con la relectura del cuento “La doble y única mujer” sentí el placer propio de la lectura de un texto bello y al mismo tiempo un asombro, una incomodidad, casi un horror, por lo diferente, perturbador y casi grotesco de la protagonista, sus sensaciones, sus sentimientos y su historia. Ella es un personaje gigante en todo sentido: “Soy para los mediocres un pequeño dios”, dice ella.

Breves apuntes sobre el autor y su entorno para el análisis del cuento

Para empezar con el análisis, unos breves y conocidos datos biográficos de Pablo Palacio: nació en Loja, en 1906; en 1917 ocurrió la Revolución bolchevique, cuyos ideales socialistas tuvieron muchas repercusiones en el mundo y obviamente en Ecuador. Fue hijo de madre soltera, el padre no lo reconoció. Tuvo un grave accidente de niño. En Quito estudió Jurisprudencia, en tiempos de la revolución de julio de 1925. Fue abogado, profesor de la Universidad Central, militante socialista; poeta, narrador y ensayista. En 1939 empezó a tener síntomas de alguna enfermedad mental. Murió en hospital Luis Vernaza de Guayaquil, en 1947. Desde sus inicios en la escritura, no se adscribió en la línea que la mayoría de escritores de los años treinta: una literatura de orientación social, realismo social, indigenismo, sino que escribió desde la vanguardia: rompiendo los estereotipos románticos y modernistas; utilizando un humor desacralizador, retratando realidades sórdidas y abyectas, en un ambiente urbano, rechazando la mimesis, las imitaciones; desacreditando la realidad presente y mostrando el asco de la verdad que lo rodeaba.

Palacio no escribe sobre la realidad cotidiana o como denuncia social, sino que profundiza en los conflictos existenciales, en la psicología del ser humano, en la geografía humana, íntima; por eso su obra es moderna, vanguardista. La propuesta de Palacio está dentro de su misma narrativa, no antecede a la escritura, no se encuentra fuera de ella… No hay explicaciones alrededor, se encuentra en sus propios textos. Palacio capta el mundo con su mirada, aprehende a los seres pequeños, a los sencillos, a los seres segregados y discriminados por la sociedad, a los periféricos, a los débiles y vulnerables, a los “anormales”, pero no como denuncia social, sí como crítica. No los retrata como seres grotescos ni monstruosos sino como metáfora o analogía de los seres que están fuera de la norma, los transgresores, y les da su propia voz, los descifra, los aprehende.

El personaje, doble primera persona

El personaje principal de este cuento no tiene nombre propio: al reflexionar sobre el significado de nombre propio, siendo un derecho y lo que da una identidad, se llega a la conclusión de por qué este personaje no tiene nombre: porque un nombre designa a un único ser, individualiza a un ser y ella no es un ser “único”, es doble (no querido por sus padres, no nombrado por ellos, sí, pero, además, doble); es una mujer siamesa; siamés es un hermano gemelo que nace unido por alguna parte de su cuerpo, es decir que son dos hermanos; pero en el caso de la protagonista del cuento es una mujer siamesa que insiste en su unicidad, unicidad del espíritu, del alma, de la inteligencia; ella narra en primera persona tanto desde su yo-primera como desde su yo-segunda: “yo-primera soy menor”: “Yo-segunda tengo los ojos azules y la cara fina y blan¬ca”; “yo-segunda soy evidentemente más débil”... pero su yo-primera es la más fuerte, por ende, quien tiene la voz principal, quien maneja el cuerpo, quien camina hacia adelante. Se describe a sí misma y su mundo desde su unicidad; aunque insiste en esto, compara sus dos yos y narra sus divergencias, por ejemplo, cuando sus dos yos, primera y segunda, querían caminar hacia adelante, terminó venciendo su yo-primera; también cuando se enamoraron de aquel “caballero” que estaba en casa de su amiga: “La lucha que se entabló entre mí es con facilidad imaginable”... “la una tenía celos de la otra”. La protagonista dice experimentar una especie de separación de sí misma: “comparable con la de aquellos hombres que pueden conversar y escribir a la vez cosas distintas”.

Detalla su discapacidad en el sentido físico: su cuerpo tiene cuatro piernas, cuatro brazos, cuatro senos, dos cabezas; pero esta discapacidad es una manifestación de subversión, en el sentido de cuestionar la norma, lo “normal”, los valores establecidos por la sociedad, por un mundo que culpa y castiga a lo diferente. Al dar vida a este caso clínico, el autor muestra la relación con los márgenes: culturales, corporales, expresa una ruptura con las ideas tradicionales y con los modelos establecidos de la cultura social.

Ella es una antihéroe que no quiere salvarse ni salvar a nadie, quiere estar en aislamiento voluntario: “esta organización distinta, trayéndome usos distintos, me ha obligado a aislarme casi por completo”.

Describe con detalle los muebles necesarios por la anatomía de la protagonista; su soledad pero sin queja ni sufrimiento: “Nadie puede quererme, porque me han obligado a cargar con éste mi fardo, mi sombra; me han obligado a cargarme mi dupli-cación”.

El personaje es signo de ella misma, es su significado y su significante a la vez, ella se remite a sí misma: yo-adelante, yo-atrás… No tiene nada fuera de ella. La protagonista de este cuento es una combinación, en un mismo cuerpo, de dos expresiones de significado diferente que originan un nuevo sentido, casi una contradicción como un ‘silencio atronador’: ella se reconoce como doble y única, es decir, como cualquier ser humano, pero ella está consciente de eso. Es una mujer que piensa, razona, reflexiona; pero también vacila, duda, sufre: es la evidencia de la complejidad de los seres humanos. Ella no se queda en el papel de la típica mujer, es decir, en el de víctima, en el de bajar la cabeza frente a lo que ordene el patriarca o el sistema establecido. Tiene su propia voz, honesta y sincera, su voz sale de ella misma.

La protagonista tiene un cuerpo diferente, anormal, que fluctúa entre sus deseos y la razón. Es una mujer que tiene una deformidad física al tener dos cuerpos y también una dualidad subjetiva intelectiva: conviven yo-primera y yo-segunda en un mismo cuerpo pero dice ser una sola, poseer una sola alma; es una subjetividad fragmentada que guarda en sí misma razón y cordura, un yo y un otra; tiene una vida plena en una parte de su cuerpo, en su yo-primera y, además, un misterio funesto (la enfermedad de la yo-segunda) que la envenena. 

Lo siniestro abarca todo el personaje, como lo “oculto que se ha revelado”, como elemento mágico, misterioso y a la vez fascinante, como vértigo del efecto estético, y sobre todo como “condición y límite de lo bello”.

Critica varios “valores” sociales, como la falta de ética de la mujer, cuando habla de su madre sin decirlo frontalmente pero culpándola por haber nacido así, por una “relación” con un amigo de la familia mientras estaba embarazada: “su amigo, médico, entabló estrechas relaciones con mi madre, claro que de honrada amistad, y como la pobrecilla estaba tan sola y aburrida, éste su amigo tenía que distraerla”.

Expone el machismo cuando habla sobre la violencia del padre: “éste, encolerizado, la insultó y le pegó, tal vez con la misma justicia, más o menos, que la que asiste a al¬gunos maridos que maltratan a sus mujeres porque le dieron la hija en vez de un varón como querían”.

Estilo, recursos, lenguaje en el cuento

No aparecen muchos cronotopos en el cuento, pienso, porque no hay muchas acciones en presente (o quizá no los encontré por falta de experiencia en reconocer este recurso): la casa de su familia cuando de niña su padre la agredía; el hospicio al que nunca llega pero es el lugar amenazador donde podría haber sido recluida de por vida; la casa de su familia donde se suicidó el padre; la casa de su familia donde encontraba alguna comodidad o al¬gún cariño de los criados; cuando cumplió 21 años y se independizó, cuando en casa de su amiga conoció al caballero alto y bien formado; su propia casa donde se instaló muy bien con su herencia.

Si la polifonía es la visibilización, el reconocimiento al otro, el no imponer puntos de vista ni visiones particulares, este cuento es polifónico: se escucha la voz del personaje saliendo de ella misma o de ellas mismas, no hay personaje tipo; no hay muchas voces, porque hay un solo personaje; pero no encuentro una sola verdad expuesta ni sentencias; hallo a la protagonista y sus dos yos y sus dos conciencias que, aunque fragmentada, conforman un todo. Poseer principios fijos e inmutables causan extravío en el humano, solo la ausencia de verdades absolutas hace posible vivir en libertad.

Este cuento es un solo largo monólogo de un personaje que está negado a la comunicación, intentó un tiempo comunicarse pero ahora se niega, es muy complicado para ella porque, además, cualquier intento de comunicación es inútil. Ella rememora instantes de su vida pasada, habla para un público que no existe. Realiza digresiones como, por ejemplo, cuando habla sobre el poder de arrodillarse; recuerda su vida desde niña; critica, cuestiona, pero sin panfleto, por ejemplo, cuando llama “ingenua” a la filosofía cartesiana; se conduele de ella misma al no poder tener hijos: “Quisiera tener a al¬guno en mis brazos y hacerle reír con mis gracias”; añora su amor imposible… Muestra escepticismo en sus palabras, pero sin llegar al cinismo. Todo esto cargado de sarcasmo, humor negro, ironía casi despiadada: cuestionamiento a la sociedad, a los formalismos burgueses, a la retórica tradicional y a la autoridad.  

Es una especie de autobiografía de esta mujer; con un personaje protagonista que describe en presente su contextura física, cómo funcionan sus dos yos, cómo hay veces en que yo-segunda le recuerda algo a yo-primera; que narra en pasado sobre sus padres, su niñez, cuando se separó de su madre, cuando se enamoró, y el final cuando refiere su enfermedad. Describe, detalla, recuerda, reflexiona; pero la protagonista no se mueve en el cuento, no tiene acciones físicas en presente.

Desacraliza la realidad, lo que conlleva una desmitificación de la literatura y confiere a la deformidad, a la discapacidad, a la transgresión, el mismo valor de un hecho cotidiano o habitual.   

Una característica estilística en Palacio es su manera inconfundible y particular de construir metáforas: como función narrativa suelta y libre, que permite a los lectores nuevas sensaciones y asociaciones que hacen redescubrir los objetos cotidianos, las cosas que están a nuestro alrededor y de las cuales hemos perdido su perfume, su simple compañía. El personaje tiene todo doble; cuerpo, comprensión y recepción doble, su capacidad de ver las cosas del mundo con una perspectiva de 360 grados… Al aprehender a la protagonista, su cuerpo, sus muebles, su percepción; tomamos un poco de conciencia de nuestro cuerpo, de las cosas que nos rodean, de nuestra percepción “única”, en el sentido de que tenemos un solo lado.

El lenguaje español no puede explicar, expresar, abarcar lo “doble” y “único”, simplemente no existen las palabras; el lenguaje es insuficiente, es limitado para ello, es un limitante porque, además, está establecido por el poder reinante en el mundo, es decir, por el mundo masculino: “Incorrecciones que elevo a la consideración de los gramáticos con el objeto de que se sirvan modificar, para los posibles casos en que pueda repetirse el fenómeno, la muletilla de los pronombres personales, la conjugación de los verbos, los adjetivos posesivos y demostrativos”.

Los paréntesis en el cuento son licencias literarias, alocuciones a unos interlocutores, sobre su incapacidad de explicar con el léxico común su situación física e intelectual, pide perdón a los gramáticos sobre sus incorrecciones y a los moralistas para que la acojan tratando de justificarse por ser lo que es y como es. Aquí se nota claramente la intención de la ironía y el sarcasmo cuando coloca a los gramáticos y a los moralistas como un ejemplo de “lo correcto” en la sociedad, de ser los “dueños de la verdad” y de la forma en que todos los “seres que ríen” deben comportarse.

El autor maneja un lenguaje poético; pero un lenguaje directo, sin regodeos innecesarios ni palabras rebuscadas; las palabras fluyen y se adentran en el lector con una gran fuerza. Nunca intenta convencer a los lectores, no quiere ‘probar’ nada, no expone las circunstancias como verdades únicas, científicas, sino de la forma en que las siente, las percibe y las piensa, y es así como las recibimos los lectores: saboreando cada palabra, reflexionando cada idea.   

Palacio tiene una “hiperconciencia del acto narrativo”, de allí la estructura fragmentaria, la superposición de discursos, los soliloquios, los paréntesis, la parodia, la metaficción.

Sobre el mal de la literatura…

La poética de Palacio en general, y este cuento no se aparta de ella, expone la relación, la conjunción de la literatura y el mal en el sentido que le da Georges Bataille: “mi madre era muy dada a lecturas perniciosas y generalmente novelescas”... “esas peligrosas estampas que dibujan algunos señores en estos últimos tiempos, dislocadas, absurdas, y que mientras ellos creen que dan la sensación de movimiento, sólo sirven para impresionar a las sencillas señoras que creen que existen en realidad mujeres como las dibujadas, con todo su des¬equilibrio de músculos, estrabismos de ojos y más locuras”.  

Palacio es un pecador, el que está en la locura, el que se sale del orden de lo moral, del orden de la razón, el que persevera en el error, en el error de la literatura que es todo lo contrario al mundo normal, es decir, el impoder, la inacción, la no verdad; la escritura es improductiva, insumisa, soberana, carece de fines, no es comienzo ni fin de nada, tampoco medio, ni libera ni salva, es el instante que asegura la condena, el mal. La literatura desrrealiza, mantiene en el mal, en lo negativo, no crea un mundo paralelo al mundo de la acción, simplemente porque no es otro poder. No es salvación ni fuga.    

En la escritura de Palacio no hay pensamiento racional, en el sentido metafísico, no hay actitud intelectual, no hay utilidad; la escritura mana con potencia; el narrador no sabe de antemano dónde va a terminar, cuál será el producto; tampoco se produce como un acto anárquico, inconsciente o arbitrario, sino con sensibilidad para captar las sensaciones, las emociones, sentimientos y pensamientos, y con una inagotable fuente de palabras que envuelve y miente a los lectores, porque finalmente fracasa: no es posible adueñarse del mundo con palabras; se ha hablado ya de la imposibilidad del lenguaje para nombrar las cosas y cuestiones de su entorno.   

Palacio es un narrador soberano, en quien se cumple la inmanencia de la literatura, su impoder, su insumisión, su libertad, su falta de acción, de objetivos, de fines, su desrrealización. Pero también es aquella que pervive, aunque sea lo contrario a la literatura, ya que siendo su fin perecedero, lo transmuta en eterno. Palacio maneja un discurso que carece de certezas, el narrador siempre pone en entredicho sus afirmaciones.   

La escritura es el milagro, el instante en cuyo comienzo está el fin, el instante que no tiene memoria, pasado, que es la no verdad, la no razón, el no saber hacia dónde se va, la locura, el devenir, la libertad, la fe, el instante que se hace infinito, que depende de él mismo.   

Palacio busca salidas, encuentra la literatura, halla el instante que es una salida pero no una escapatoria, pues tiene esa libertad que no busca ningún fin; posee la locura que le saca del mundo de los fines, de las metas, de la acción.

Rasgos teatrales en el cuento

He hallado varios elementos teatrales en este cuento, algunos destellos cortos como la escena en la que se queda en “ademán trágico” después de que los niños gritan asustados al verla y corren: “Yo, defraudada, me quedo en ademán trágico. Creo que algunos novelistas han descrito este ademán en las escenas últimas de su libros, cuando el protagonista, solo, en la ribera (casi nunca se acuerdan del muelle), contempla la separación del barco que se lleva una persona amiga o de la familia; más patético resulta eso cuando quien se va es la novia”.       

Según el mimo Étienne Decroux, el actor o el mimo debe utilizar en escena movimientos no habituales, no cómodos, antinaturales; la escena no es la vida diaria, señala, por eso el actor está conminado a hacer movimientos extracotidianos, no “normales”. Esta técnica de actuación la observé al leer la descripción de la contextura física de la protagonista de este cuento y los movimientos que por tener este cuerpo doble debía realizar, por ejemplo, cuando narra cómo su yo-primera tomó las riendas para caminar hacia delante: definitivamente una escena teatral con movimientos extracotidianos. 

Otra técnica teatral es lo denominado ‘esquizofrenia controlada’, que quiere significar que un actor debe conocerse muy bien a sí mismo, tener autoconciencia corporal, intelectual y espiritual para poder manejar y controlar la esquizofrenia en el sentido de ser dos personas a la vez, de tener dos personalidades; pues en su profesión debe desdoblarse, convertirse en otro, prestarle su cuerpo y sus emociones al personaje de la obra que representa; si el actor no posee este entrenamiento, puede llegar a tener problemas graves, pues puede desembocar en que se quede con la personalidad del personaje representado, como lo que sucedió en la famosa película El último tango en París, en la que la actriz Maria Schneider se “metió” tanto en su papel, que tuvo que ingresar después en un hospital psiquiátrico. 

En el cuento “La doble y única mujer” encontré este problema en la protagonista, pues ella está consciente de su cuerpo doble, pero no está consciente de su personalidad, siempre afirma que es una, que solo yo-primera piensa, dirige, pero enseguida se contradice, a veces también habla y actúa su yo-segunda.

Todas las demás profesiones confirman siempre su personalidad en su trabajo y fuera de este; por ejemplo, un médico es médico cuando opera, cuando ve a su paciente, cuando se lava las manos, cuando está en su casa con su familia, en cambio, el actor no: es uno en la casa, en la calle, otro en escena; por lo que debe estar muy consciente de su sí mismo y saber que el personaje de la obra en la que actúa es ficticio, no real.   

El personaje de este cuento, a pesar de su discapacidad, no es patético, no causa lástima; ni siquiera es triste o depresiva. Nunca el lector se compadece de este personaje, lo escucha, se hace una imagen de ella e incluso trata de entender su dualidad, pero ni lo compadece ni se identifica con ella. Con este tratamiento del personaje el lector no cae en la catarsis: es decir, no siente ese efecto purificador y liberador que causa una obra teatral en el público, y suscita la compasión, el horror, la culpa, etc.; el lector logra separarse de ella, sabe que es un personaje de ficción, y más bien reflexiona en torno a ella, en torno a uno mismo y al mundo en el que vivimos. Con este recurso se puede hablar del método de Bertolt Brecht y su rompimiento, su efecto de distanciamiento, de ‘extrañamiento’, que consiste en que la obra se centra en las ideas y las decisiones, no intenta ahogar al público dentro de la obra, sino que lo aparta, lo distancia para que sienta y reflexione por sí mismo, y así evitar la catarsis.

En el cuento se da también el rompimiento de la cuarta pared, cuando el personaje deja su narración y se dirige al lector: las alocuciones en los paréntesis a la que ya me he referido, los textos entre guiones: —primera vez que he escrito bien entre mí— o digresiones como estas: “Ahora es necesario que apresure un poco esta narración, yendo a los hechos y dejando el especular para más tarde”.

Colofón
Para mí es importante conocer nuevas formas de análisis literario no únicamente para saber descomponer el texto y conocer sus partes, sino sobre todo para intentar ser un “archilector” que logra “averiguar qué delicia estética plantea” la obra. Intentar llegar a ser un lector atento para descodificar, sin juicios de valor, el texto y así acercarse al genio del autor, al espíritu de la obra; a la belleza, a lo siniestro, a lo sublime...

La vida cambia para siempre después de leer un texto literario bello —un poema, un cuento, una novela, un ensayo—, ni para bien ni para mal, no para ser ‘mejor persona’, simplemente después de una lectura enriquecedora, un lector acucioso deja de ser el ser humano que fue para convertirse en un ser con más placer y/o más sufrimiento que antes de haber iniciado esa lectura. Eso me ha sucedido otra vez al releer este cuento.

Bibliografía
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-Bataille, George. (2010). La literatura y el mal. Barcelona: Nortesur.
-Brecht, Bertolt. (1970). Escritos sobre teatro. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.
-Brook, Peter. (2001). El espacio vacío. Arte y técnica del teatro. Barcelona: Península S. A. / Ediciones de Bolsillo.
-Cáceres, Luis. (2013). Ensayos sobre mimo y teatro. Quito: Gráficas Arboleda.
-Decroux, Étienne. (2000). Palabras sobre el mimo. México DF: Arte y Escena Ediciones.
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-Stanislavski, Konstantin. (2003). Preparación del actor. Madrid: La Avispa.
-Trías, Eugenio. (2001). Lo bello y lo siniestro. Barcelona: Ariel.

POLIFONÍA TEXTUAL Y EL CRONOTOPO
 LA DOBLE Y ÚNICA MUJER
DE PABLO PALACIO
 Por: Dorys Rueda
Magíster en Literatura Hispanoamericana y Ecuatoriana

Pablo Palacio (1906-1947). Narrador ecuatoriano de quien siempre se ha hablado es considerado como “el narrador de las excepciones de la vida humana y de la naturaleza” (Vladimiro Rivas Iturralde). Le envuelve “cierta aureola de celebridad, que muy escasos escritores consiguen alcanzarla (Hugo Alemán).  Es el escritor del proyecto y de la teoría del  descrédito de la realidad (Benjamín Carrión), porque se propuso: “desechar los valores dominantes en la sociedad ecuatoriana de los años 20 y 30” (María del Carmen Fernández).

Mientras sus contemporáneos, dentro del discurso de la protesta social,  se pronunciaban ante los acontecimientos sociopolíticos de su época e incorporaban en su narrativa al cholo, al indio y al obrero (Jorge Icaza, Aguilera Malta, Gallegos Lara, Alfredo Pareja Diezcanseco…), Palacio, en sus cuentos, desmitificaba toda una sociedad urbana que él consideraba huera, falsa e injusta, poniendo en tela de juicio el concepto mismo de realismo (Michael Handelsman).

Nadie puede desconocer el carácter revolucionario y moderno de su narrativa, la originalidad y  el tono coloquial e introspectivo de sus relatos;   el desconcierto que provoca en los lectores con sus personajes singulares, extraños y  anormales;  casos clínicos que debían permanecer tapados,  como el antropófago, el pederasta o el monstruo siamés. También su temática  única que se teje  en la demencia: “donde los límites entre razón y locura tiende a desaparecer y a dejar en su lugar un gran vacío ocupado por cuerpos que oscilan en difícil equilibrio entre el  reclamo de sus deseos y el llamado de la razón (Alicia Ortega Caicedo).  

El cuento La doble y única mujer apareció por primera vez en 1927, formando parte de una colección de cuentos del autor.

Este cuento es un relato homodiegético (Genette), con la presencia explícita de  una narradora en primera persona.  Un relato homodiegético pero también autodiegético, por el rol principal o protagónico que tiene la narradora, quien aparece a través de tres voces que se intercalan en la narración. Hablamos de Yo- primera, Yo-segunda y la mujer nueva, que nace  cuando yo-primera vence a yo-segunda.  Tres voces que no tienen la misma fuerza de participación,  pero que organizan la historia en tres partes o instancias, contribuyendo cada una al todo estructural del relato:

Instancia 1: yo-primera
Instancia 2: yo-segunda
Instancia 3: yo- fusionada.

El tema principal del cuento es la dualidad o   tema del doble que aparece  en el título y luego, en la historia misma, que exige un lector moderno, distinto al de los años 20 y 30. Un lector activo en constante diálogo con el texto.  

El tema de la dualidad aparece en el personaje central del relato. Una mujer que es, a la vez, dos y una.  Por un lado, es un cuerpo en el que habitan dos mujeres contradictorias (yo-primera y yo-segunda), que conviven diariamente en el  límite entre la locura y  la razón (¿esquizofrenia?).  Por otro lado, ese cuerpo es único, cuando una de las mujeres absorbe a la otra. Entonces, es singular, busca hacerse, encontrarse y  tener una identidad.

El presente trabajo tiene como propósito analizar  la polifonía textual y el cronotopo, dos conceptos de análisis claves propuestos para la novela por  Mijail Bajtín (1895-1975), crítico y filósofo del lenguaje ruso,  cuyos estudios  han tenido una profunda influencia en la crítica actual.

Polifonía es un elemento de análisis que privilegia Bajtín en el estudio de la novela. El crítico, desde una perspectiva colectiva y social, ve a la novela como una pluralidad de voces que dialogan entre sí, sin que se interponga la voz del escritor. Rompiendo, por ende, con  la idea tradicional de que en un texto debe existir una sola voz, la del autor. Los personajes, bajo la mira de Bajtín son pensamientos, ideas y conciencias.

El propio Palacio, sin haber leído a Bajtín  (recién a finales del siglo XX, se le empezó a conocer en Ecuador) expone lo que a su criterio debe ser la actitud del escritor: “Dos actitudes, pues, existen para mí en el escritor: la del encauzador, la del conductor y reformador –no en el sentido acomodaticio y oportunista- y la del expositor simplemente, y este último punto de vista es el que me corresponde: el descrédito de las realidades presentes” (Carta a Carlos Manuel Espinosa).

Los personajes de este cuento, como sucede con todos los personajes de la narrativa de Palacio: “evolucionan, viven lejos de toda volición, de toda voluntariedad. Andan sueltos. Sueltos de la mano de Dios y- lo que en este caso es más grave- sueltos de la mano del autor mismo” (Benjamín Carrión).

1. La primera voz o conciencia que escuchamos con claridad es la de  yo-primera, que dialoga con ella misma, con yo-segunda y con el lector. Es una voz contestaría que desacredita a los especialistas del saber y a los que defienden a ultranza las creencias, los valores y las normas estipuladas por la sociedad de ese tiempo. Con humor, pide disculpas a los gramáticos y a los moralistas. A los primeros por las incorrecciones que pueda cometer y a los segundos, porque podrían asustarse de la posición que tiene yo-primera y su duplicación.

Esta voz también nos muestra la realidad de los padres ricos y nobles al interior de la familia.  La madre no es ni la esposa fiel ni la mamá abnegada. En un tono punzante y ambiguo, nos cuenta cómo la madre gustaba de las lecturas perniciosas y  la “relación” que entabló con su médico, cuando estaba embarazada. Al separarse de sus hijas,  aparenta un gran dolor, porque su ida representa una gran disminución de la fortuna que usufructuaba.  

Yo-primera también muestra al padre dentro de la sociedad patriarcal de la época. Un ser violento que insulta y golpea a la madre después del parto. Cuando las hijas crecen, su proceder empeora.  Las  Rechaza y  las golpea cuando nadie lo mira. Busca esconderlas, confinándolas en la habitación.  Posiblemente, porque tenía dudas de su paternidad.

Yo-primera también nos muestra su horrible soledad, el momento en que se enamora. Encuentra en este sentimiento la disminución de su orfandad. Cavila, se interroga y confronta a su otra parte. Se llena de imágenes de deseo que terminan por esfumarse. A la final  admite que su amor era imposible. En otras palabras, acepta con sequedad, con un dolor disimulado que las pasiones deben suprimirse y que en su circunstancia, tiene que olvidarse de la parte sexual y reproductiva, tan natural en cualquier otra mujer. Sólo es capaz de expresar su rabia al final, cuando su otra parte está enferma. Entonces, con ira reconoce la pobre vida que lleva.

Yo-primera también nos deja escuchar otras voces  que resuenan  a su alrededor. Son las opiniones de la gente.  Por ejemplo, la voz de los teratólogos que han nominado a las siamesas como monstruos dobles. Asimismo, las voces de las sencillas mujeres que dicen que al mirar ciertas fotografías, pueden impresionarse y dar a luz a seres monstruosos, como la doble y única mujer o el gato que parió una señora. De igual forma, las voces del comisario y del obispo, cuando interrogan a la madre, después de que dio a luz,  para cerciorarse de que las siamesas no eran fruto ni del pecado ni del demonio. Sólo así no la llevarían presa y el sacerdote le daría la absolución: "Todo esto se lo he oído después a ella misma en unos enormes interrogatorios que le hicie­ron el médico, el comisario y el obispo, quien naturalmente necesitaba conocer los antecedentes del suceso para poder darle la absolución".

2. Yo-segunda es otra voz que resuena y aunque no se la escucha con mucha frecuencia, dialoga con yo-primera y con el lector.  Confiesa ser la más débil, de cara y cuerpo. Talvez por esta razón fue vencida por yo-primera que la arrastró y la obligó a caminar hacia atrás. Es la imagen sumisa de la mujer que recibe órdenes y está bajo una autoridad tiránica. Yo-segunda es más hermosa que yo-primera ("...Tengo los ojos azules y la cara fina y blanca. Hay dulces sombras de pestañas), de ahí los celos que Yo-primera le tiene cuando se enamora.

3. Otra voz que escuchamos es la de la mujer fusionada. Un ser que empieza a crearse cuando yo-primera vence a yo-segunda. Reconoce que ha dejado atrás la hipótesis de la doble personalidad, que le había obligado a hablar de un “nosotras”. Estamos ante una mujer independiente que a los 21 se va a vivir sola en busca de mejores  condiciones de vida. Confiesa que en ese cuerpo doble hay un solo motor intelectual y que finalmente ha logrado comprender su conformación natural. Ha sido difícil adaptarse, pero lo  ha logrado. No se considera un monstruo, pues sabe que los monstruos más bien son aquellos animales que ríen, los espectadores,  las personas que son incapaces de aceptar lo distinto.   Al final, con sequedad, se percata que el precio  de esta forma de vida es el aislamiento y que ha sido confinada a la soledad. Cuando se aproxima la muerte, manifiesta que seguramente ese cuerpo doble debe tener una sola alma.

Ahora bien, estas voces que resuenan nos llevan hacia otras voces enmarcadas en otros libros, en otros autores. Nos referimos a ese diálogo que se da entre textos anteriores o posteriores, lo que Julia Kristeva llama intertextualidad y Barthes y Genette, palimsesto.  

En relación al tema de la dualidad, las voces de yo-primera y yo-segunda, nos aproximan a Sméagol, conocido también como Gollum, un personaje muy conocido de la obra: El Señor de los Anillos,  de J.R. R. Tolkien (1892- 1973). Fue el cuarto dueño del Anillo Único y durante siglos, bajo la influencia de éste, desarrolló un desorden de personalidad múltiple: bondadoso pero a la vez maligno, capaz de matar a quien intente tomar el anillo.  Desde esta misma óptica, las voces también nos acercan al personaje central de la obra de Robert Louis Stevenson: El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, obra publicada en 1886. Jekyll es la representación de lo que en psiquiatría se denomina como Trastorno disociativo de la identidad. Cuando Jekyll bebe la poción que  ha creado, se convierte en Edward Hyde, un criminal capaz de cualquier monstruosidad.

En relación a cómo estas mujeres se ven a sí mismas y  cómo las ve la gente, nos aproximamos a la obra: La Metamorfosis de Franz Kafka, publicada en 1915 y que Palacio nunca leyó. Una novela que narra la historia de Gregorio Samsa, un comerciante de telas que un día, al despertarse se da cuenta que se ha convertido en un horripilante insecto. Una condición incomprensible para él y que es rechazada cruelmente por su familia.

Estos dos seres femeninos dispares que no terminan de comprender su multiplicidad, evidencian  una subjetividad que busca reconocerse, entenderse y hacerse. Desde este punto de vista, estas conciencias también nos acercan a otro personaje que busca una identidad, porque no tiene una imagen terminada de sí mismo. Hablamos de Jean Baptiste Grenouille,  el protagonista de El Perfume, de Patrick Süskind (1949) que gradualmente y con dolor, se va construyendo a sí mismo.  

Volviendo a Bajtín, un concepto clave dentro de sus reflexiones es el del cronotopo. El tiempo y el espacio se funden y se convierten en uno solo. Son uniones e intersecciones importantes para la temática y el argumento.

Cronotopo del camino: Se da el momento en que yo-primera y yo-segunda están aptas para andar. El escenario es la casa donde viven con sus padres. Un lugar que si bien no es cálido y menos aún acogedor, es  el nido de ambas.  Las dos quieren caminar hacia adelante y en un instante, tras una tensión de fuerzas contrarias, yo-primera se levanta, camina  y arrastra fuertemente a yo- segunda.  En esta intersección nace la superioridad inequívoca de yo-primera y empieza a crearse un nuevo ser fusionado: "Desde ese momento yo-primera, como superior, ordeno los actos, que son cumpli­dos sin réplica por yo - segunda. He aquí la verdadera razón que apoya mi unicidad".

Cronotopo del territorio: Se localiza el momento en que  la nueva mujer que ha surgido de la fusión de yo-primera con yo-segunda, se separa de la  madre, se independiza y  se instala en otro lugar. Se abre un nuevo ciclo de vida: muebles especiales que le dan comodidad,  visitas a la casa de su única amiga, el encuentro con el amor y la desilusión final.

Cronotopo del destino: Se ubica en el instante en que el médico va a la casa-refugio de yo-fusionada y le cuenta sobre la enfermedad mortal de yo-segunda (sífilis). Yo- fusionada comprende que la dualidad y la unicidad finalmente van a matarle, aunque ella no quiera morir.   Una de sus partes está envenenando al todo. Es el destino implacable que siempre ha estado presente en su vida, porque desde que nació  ha llevado gérmenes nocivos en su sangre.

BIBLIOGRAFÍA

-Alemán, Hugo. (1964). Obras Completas de Pablo Palacio. Quito: Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana.
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Portadas:
http://www.casadelacultura.gob.ec/?ar_id=5&li_id=464&title=Obras%20Completas&palabrasclaves=Obras%20Completas
http://gallery.wacom.com/gallery/27681955/-Doble-y-Unica-Mujer-
http://www.taringa.net/post/info/16466619/Kafka-al-Cine-La-Metamorfosis.html

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